martes, 2 de noviembre de 2010

No sólo se han llevado nuestro queso, ¡ahora quieren llevarse nuestro cerebro!

Mmmh... ¿Con qué comenzar la primera entrada en este blog? Recordé un escrito del año 2004, que en días pasados le leía a un amigo a raíz de una pequeña polémica que se había suscitado, precisamente por un fragmento del mismo. Tras la lectura me pidió que se lo enviara. El texto completo no justifica publicarlo acá, ya que estaría completamente fuera de contexto. Por ello solo presento un aparte del mismo, el que más le gusto a mi amigo. Ahí se los dejo:

No sólo se han llevado nuestro queso,
¡ahora quieren llevarse nuestro cerebro!

“Pongamos (…) que tenemos cuatro pequeños personajes que viven en un laberinto.
Dos de ellos son ratones porque los ratones viven en laberintos, y los otros dos son liliputienses,
unos seres humanos del tamaño de ratones. Si te parece inverosímil, lo lamento.
Los liliputienses y los ratones vivían muy feli­ces al principio de esta fábula,
porque todos sabían dónde encontrar queso en cantidad. ¡Ah, el queso!
Pero un día se despertaron y descubrieron que el queso ya no estaba.
Los dos ratones, como eran ratones, se inter­naron en el laberinto en busca de Queso Nuevo
(aunque yo sospecho que era el mismo queso de antes que alguien se había llevado de su sitio).
Los dos liliputienses, al ser personas, supongo, se pusieron a despotricar
y preguntarse qué le había sucedido a su queso.
Tal vez penséis que la moraleja de esta historia es:
¡afron­tad el cambio, adaptaos a las nuevas circunstancias sin queso,
internaos en el laberinto y buscad más queso! Nada de eso.
Tal como ilustra la fábula, ésa es la reacción del ratón.
Decidme, hermanos: ¿nosotros qué somos? ¿Hombres o ratones?
Aquí la única pregunta importante es: ¿Quién demonios se ha llevado mi queso?.
Si resulta que hay un ladrón compulsivo de queso por ahí suelto,
el tío -o la tía— no va a parar tan fácilmente. Una vez que se haya aficionado
a llevarse el queso ajeno, el muy ladino volverá a las andadas una y otra vez
si alguien no le para los pies. Y para colmo se reirá de nosotros a nuestras espaldas.
Si insistís en lanzaros a la busca de más queso,
os arries­gáis a entrar en un círculo vicioso de sufrimiento. “

Darle Bristol-Bovey [1]

Sobre el cuento (resumen comentado)

Especialmente desde mediados del siglo pasado se ha venido presentado el fenómeno de la aparición de numerosos escritores que abordan la cotidianidad y los problemas del común de la sociedad a través de manuales de auto-ayuda, destinados a que el lector pueda sacar de ellos sus lecciones y aprendizajes para hacerse la vida más amable y fructífera. Mediante el uso de metáforas o anécdotas sencillas y unas reglas básicas -igualmente sencillas- envuelven a los lectores, haciéndoles ver que sus vidas miserables no son tan miserables, que sus problemas no son tan graves y despertando en cada uno el sentimiento de “¡A partir de hoy voy a triunfar! ¡Desde hoy aplicaré las 6 reglas de oro que me ofrecieron y seré más feliz! (también pueden ser 7 ó 10 ó 15 ó ... dependiendo de las que cada autor considere que sean las claves del éxito).

Este mismo estilo lo aplica Spencer Johnson en ¿Quién se ha llevado mi queso?. Una historia sencilla –aún cuando ,para mi gusto, un poco traída de los cabellos- en la que intervienen cuatro personajes: dos ratones –Oli y Corri (para sus amigos)- y dos especie de humanos diminutos –Kif y Kof-. Los cuatro usan tenis para correr en un laberinto en el que viven buscando su más preciado tesoro: el queso. (No obstante que el autor nos aclara que los ratones poseen “cerebros de roedores”, no nos aclara cómo llegaron a usar tenis. De igual manera tampoco nos aclara como estos humanos diminutos no se aterran al tener que compartir su espacio con una suerte de ratas gigantes -guardadas las proporciones eso debían ser para los pobres Kif y Kof- pero en el presente ensayo no me concentraré en tratar de dilucidar estos misterios, ya que mi propósito es otro. Simplemente así el autor nos presenta su historia –al fin y al cabo es una metáfora-.)

El nudo de la historia se concentra entonces en que cada día los cuatro personajes corrían por el laberinto en búsqueda de queso. Esta dinámica se desarrolla así hasta que algún día se topan con un gran cuarto –la quesera Q- en la que encuentran cantidades abundantes del mismo y se pueden dedicar a dejar de correr, colgar sus tenis y empezar a disfrutar el queso e, inclusive, compartirlo ocasionalmente con sus amigos.

Pero como toda dicha tiene un fin –de lo contrario la metáfora no tendría ningún sentido en los propósitos de Spencer Johnson- algún día se acabó el queso. Así de sencillo, simplemente se acabó… Dogma de fe, porque en ningún momento supimos ni cómo llegó el queso -¿Quién lo puso? ¿Por qué lo puso? ¿Dónde se produce?- ni mucho menos por qué desapareció. Para el autor las respuestas a estos interrogantes no son relevantes, ya que evidentemente la idea es que el pueda tejer sus enseñanzas de la metáfora a partir de esta terrible pérdida: ¡cómo se afronta el cambio!

Ese día los ratones –que como se había anotado sólo poseían cerebro de roedores- se volvieron a calzar sus tenis y salieron a correr por los túneles del laberinto, utilizando el sencillo pero eficaz método del tanteo mediante el cual se perdían, daban muchas vueltas inútiles y a menudo chocaban contra las paredes, como nos lo describe el autor. Finalmente encontraron un cuarto mucho más grande que el anterior y con queso mucho más rico y variado –la quesera N- en la cual se radicaron.

Mientras que a los dos ratones la ausencia de queso en la quesera Q no les produjo ninguna sorpresa –durante su estadía todos los días habían husmeado para darse cuenta si se estaban presentando cambios en él- a Kif y Kof –cuyos cerebros estaban repletos de creencias y cuyo método de encontrar queso se basaba en su capacidad de pensar y aprender de las experiencias pasadas- este cambio les cayó como un baldado de agua fría –ya que no se habían preparado para el cambio, sino se habían dedicado a la “buena vida” de la abundancia.

Para hacer corto este resumen, Kif y Kof entraron en una etapa de desesperación y reflexión tratando de dilucidar qué era lo qué había sucedido buscando queso en la quesera –obviamente sin ningún resultado- hasta que Kof decidió aventurarse de nuevo en el laberinto en busca de nuevo queso, enfrentando lo desconocido y sus grandes miedos por este hecho. (Curiosamente el autor al inicio del cuento no menciona nada sobre que estos “humanitos” hubieran tenido miedo para encontrar la quesera Q, pero igual, ahora Kof sí tenía miedo.)

A lo largo de su búsqueda va encontrando migajas de queso, pero lo importante no es lo que encuentra –me adelanto al final diciendo que felizmente encuentra también la quesera N- sino el profundo proceso de reflexión y aprendizajes que va obteniendo durante su búsqueda, que va escribiendo en las paredes y que se resumen en las siguientes 14 reglas sabias dadas por Spencer Johnson:

El cambio es un hecho
El queso se mueve constantemente
Prevé el cambio
Permanece alerta a los movimientos del queso
Controla el cambio
Huele el queso a menudo para saber si se está enmoheciendo
Adáptate rápidamente al cambio
Cuanto antes se olvida el queso viejo, antes se disfruta del nuevo
¡Cambia!
Muévete cuando se mueva el queso
¡Disfruta del cambio!
Saborea la aventura y disfrutas del nuevo queso
Prepárate para cambiar rápidamente y disfrutar otra vez
El queso se mueve constantemente


De Kif –indudablemente el “malo de la película” o por lo menos el “menos bueno”- después de la salida de Kof al laberinto solamente nos enteramos en una ocasión en la que éste regresó –antes de encontrar la quesera N- y le regaló uno trozos de queso que había encontrado por ahí pero que a Kif no le gustaron porque no eran del queso de su agrado y porque él quería su queso, motivo por el cual Kof lo abandonó definitivamente y siguió en su búsqueda.

Al final el cuento deja abierta la posibilidad de que también llegara la quesera N después de Kof, pero nunca lo sabremos.

¿Qué conclusiones se deben sacar de este cuento?

A esta altura la respuesta es obvia, pero por si acaso: ¡hay que cambiar con el cambio! El lector debe comprender que lo mejor es no actuar como el pobre Kif, sino identificarse claramente con el héroe Kof quién finalmente aprendió lo que los ratones saben por instinto: hay que buscar el nuevo queso. Sencillo, ¿no les parece?

¿Pero qué es el queso? Según Ken Blanchard “el queso es una metáfora de lo que uno quiere tener en la vida, ya sea un trabajo, una relación amorosa, dinero, una gran casa, libertad, salud, reconocimiento, paz interior, o incluso una actividad como correr o jugar al golf. Cada uno de nosotros tiene su propia idea de lo que es el queso, y va tras él porque cree que le hace feliz. Si lo consigue, casi siempre se encariña con el. Y si lo pierde o se lo quitan, la experiencia suele resultar traumática." [2]

Indudablemente un motivo más para seguir las sabias recomendaciones del autor para salir a buscarlo y si el lector descubrió este aprendizaje del manual de auto-ayuda, Spencer Johnson puede declarase satisfecho.

¿Todo será así de fácil y bonito? o ¿Dónde está el “quiebre” de la historia?

Por lo dicho hasta el momento, las intenciones de Spencer Johnson son loables –no sólo para su bolsillo con la venta de su best-seller- sino con el pobre y miserable lector, quién ahora finalmente puede asumir su vida con optimismo porque va en busca de una luz (su nuevo queso). Y esta intención del manual de auto-ayuda no la critico, es más, la aplaudo en cuanto que seguramente muchas personas gracias a la lectura de éste y muchos otros libros más por el corte habrán seguramente podido salir de letargos y estados de petrificación en los que se encontraban.

¡No! Ahí no hay quiebre ninguno. El quiebre radica en que el cambio –es decir, el queso que se acabó- simplemente se dio “porque sí”, así no más, sin ton ni son y sin invitar a la reflexión del porqué se produjo. Simplemente es un supuesto –dogma de fe, como ya lo había anotado- sobre el cual, lógicamente, se puede construir esta linda historia y a partir del cual nadie puede poner en duda sus 14 reglas de oro. Es apenas obvio que si, por ejemplo, un terremoto destruye la casa en la que uno vive, uno no se puede echar a llorar y pensar lo bonita que era, sino que debe afrontar el cambio y cambiar. Así de simple. Es apenas obvio que si la empresa en la que uno está trabajando va en vías absolutas de quebrar y uno es un raso trabajador sin voz ni voto, uno no puede esperar milagros, sino tiene que afrontar la situación y salir a buscar empleo antes de que lo echen a la calle. Y por ese estilo se podrían citar muchísimos ejemplos más en los que nadie dudaría de los sabios consejos dados por Spencer Johnson.

El quiebre radica, entonces, en que las razones del porqué del cambio o “desaparición mágica” del queso no se mencionan ni analizan –hecho del cual, como ya se había señalado, el autor no le presta mayor cuidado en su historia. Es más, el tratar de analizar el porqué de este hecho, casi lo sataniza en la figura de Kif. Preguntas como ¿quién tiene la facultad de poner el queso? ¿quién la de moverlo, quitarlo o cambiarle de sabor? permanecen inconclusas y además, para fines de este manual de auto-ayuda, no son relevantes sino, por el contrario, entorpecedoras. Al lector le queda la clara lección de que debe adaptarse a cualquier cambio con acción pero también con resignación... Son los designios del Señor, dirían algunos por ahí...

Si bien estamos de acuerdo que es importante reaccionar ante cambios que se dan por vía natural o porque son necesarios, es claro que dejarse guiar exclusivamente por el cambio y cambiar por ende con él sin reflexión es absolutamente perverso...

A mi juicio, una invitación pasiva a no enfrentar las causas, sino simplemente a “detectar y aceptar” los cambios y adaptarse a ellos es, por decir lo menos, una gran irresponsabilidad: ¿Qué pasa si los cambios son errados? ¿Qué pasa si el queso alguien simplemente “se lo robó” o le está acomodando el sabor o lugar a su antojo? ¿Qué se espera entonces de nosotros: acaso que simplemente nos pongamos los tenis y salgamos a correr al laberinto a ver si encontramos una mejor quesera?

Si ese fuera el precepto, me atrevo a afirmar que la humanidad ya se habría extinguido o estaría peor de cómo está actualmente. No me puedo imaginar a millones de personas reaccionando ante el “cambio de queso” dado por Adolfo Hitler simplemente pensando “¡Huy, caramba! ¡Nos movieron el queso! Salgamos a correr antes de que nos toque a nosotros y dejemos que él haga con el queso que teníamos lo que se le venga en gana. Tampoco me lo puedo imaginar con la “movida del queso” de otros nefastos personajes de la historia: Mussolini, Franco, Bin Laden, los paramilitares o la guerrilla, para mencionar simplemente algunos por el mismo corte. Creo que la historia nos podría dar muchos ejemplos en ese sentido, algunos seguramente no tan drásticos como los citados. Y seguramente en nuestras vidas personales también podremos encontrar ejemplos más cercanos en los que nos vimos obligados a buscar el origen del cambio o desaparición del queso y tomar, como se diría popularmente, “al toro por los cachos”.


[1] Fragmento del libro “Yo me he llevado tu queso”, pp. 68-69,Ediciones B,S.A., Barcelona (España): 2003
[2] En “la historia que hay detrás del cuento”, San Diego, 1998

4 comentarios:

  1. Buscando la seguridad y temiendo a la pérdida nos hemos aferrado a situaciones o personas que simplemente 'ya no son'. Intentar conservarlo intacto es fallido... la transformación es inminente. Para el deleite de quien ama vivir está la aventura de seguir.

    Narrativa encantadora, fue todo un placer leer este post.

    ResponderEliminar
  2. Muy buen documento que invita a la reflexión... Vale la pena leer "Si no está roto...rómpalo!"

    ResponderEliminar
  3. Mi opinión sobre ese libro tan casuístico mejoró notablemente con esta entrada; parece que se puede cambiar el cerebro de ratón por el de humano, para afrontar los cambios y volver al de ratón para la cotidianidad. Eso es lo que hace el común. Por suerte soy poco común, ¡a mi fe que sí! aunque a veces actúe como liliputiense, pero nunca como rata. Me gusta tu blog, felicitaciones.

    ResponderEliminar