miércoles, 10 de noviembre de 2010

Algo huele mal en el estado de Dinamarca

Va una semana desde que inicié este blog y admito que he recibido muchísimos comentarios favorables. Algunos públicos y, curiosamente, la gran mayoría en privado, ya sea por mensajes de correo electrónico o mensajes personales del Facebook. Algunas personas se han registrado como seguidores, otros me han expresado que me siguen, pero no se atreven a registrarse como tales. Y bueno: respeto la privacidad de cada cual y que, por supuesto, no a todos les guste opinar o exponerse públicamente. Lo que me deja pensando es que, en muchos casos, manifiestan que lo hacen así, para evitarse problemas o inconvenientes (?!). Así como lo leen: simplemente soy un cronista de los hechos.

Pero bueno, no voy a tratar en mi nota de hoy sobre esas situaciones particulares, ni mucho menos seré infidente con quienes me lo manifestaron. Pero sí me ha servido para mi reflexión de esta ocasión: la libertad de expresión y afiliación, de discernir ante las opiniones ajenas y de no ser “marcartizado” por ello. Según se le atribuye, Voltaire dijo:”no comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. 

Debería ser principio rector de cualquier democracia, empresa u organización. Y más allá de que se pueda afirmar o establecer que sea un derecho tácito o expreso de las políticas que rijan el sistema, la importancia real radica en que sea asumido, vivido y promovido por sus integrantes.

Por supuesto: no todo lo que se dice es asertivo. Pero igual, este principio implica también el derecho de poder decir “bobadas” y bueno, también a que sean escuchadas.

Otra cosa distinta es que quiénes tengan la capacidad y poder de la toma de decisiones las digan, y lo que es peor, impongan tercamente su parecer por el hecho de estar investidos con la autoridad para hacerlo. En ese caso, indudablemente, -al menos yo- no defenderé hasta la muerte el derecho a poder decir o -peor- hacer. Mejor dicho: sí defenderé que se puedan decir “bobadas”, pero jamás que se implementen.

He ahí la clave: el derecho a decir, no implica el derecho automático para llevar a la práctica lo que se dice.

Queda claro, entonces, que no se trata de acallar discusiones válidas y con argumentos de peso, sino el defender el bien colectivo ante las arbitrariedades de quienes tienen la investidura para hacer cosas. Se trata de proteger el sistema; así de sencillo.

Y eso me lleva al punto de inicio de esta nota: el ejercicio de adelantar discusiones válidas conlleva el derecho a pertenecer a grupos de debate y, por qué no decirlo claramente, a ser seguidor y generador de opinión de cualquier tipo de espacio, de denunciar lo equivocado y aplaudir lo correcto, de promover el cambio que se pudiera requerir, sin temor a ser "marcartizado" por ello. Y es, por supuesto, una expresión de confianza: con uno mismo y en el sistema. Si se tuviese temor a hacerlo, mucho me temo, el sistema estaría fallando. Cómo dirían por ahí: algo olería mal en el estado de Dinamarca, ¿no creen?

3 comentarios:

  1. Creo en la coherencia palabras-hechos!... pero claro.. esto no es camisa de fuerza. pero debería!.

    ResponderEliminar
  2. Aquí se entra en terreno escabroso: Lo que para uno es "bobada" para otro puede ser muy serio. Acaso alguien tiene la verdad comprada? Se debe tener mucho cuidado al juzgar en estas cuestiones. Y muy cierto lo que dice MAQUIDO.

    ResponderEliminar
  3. Pero claro, para los que dicen bobadas les parece que dicen lo último en iluminación intelectual. Y por supuesto, el bobómetro no se ha inventado aún, lo cual haría la tarea más fácil... Pero indudablemente, coincidiendo que en algunos casos no hay una verdad comprada, sí hay unas bobadas que son tan, pero tan evidentes, que uno se extraña cómo no se sonrojan ellas mismas, francamente... y que pretendan llevarse a la práctica, peor!

    ResponderEliminar