miércoles, 19 de enero de 2011

Los jóvenes y jóvenas

No. No es un error mío. Tal cual como lo leen, salió en una noticia televisada del canal RCN a las 7 y 29 de la mañana, en su emisión del 12 de enero de 2011: "25.000 jóvenes y jóvenas serán incorporados a la policía..." anunció la reportera que, para efectos de protección, de su honra, de su buen nombre, solamente llamaré “Luisa”.

Y bien, Luisa se enredó con la moda de tratar de ser incluyente en el uso del lenguaje, uso que ha venido evolucionando a partir de los movimientos feministas, reducto de la “revolución de la píldora” de los sesentas… Aclaro acá, de una vez, antes de que se me vengan encima tan respetables integrantes de estos colectivos, que no soy ni misógino, ni machista, ni nada por el estilo. Comparto y defiendo la equidad de género. Pero para el caso de la presente nota, simple y llanamente, soy un cronista de los hechos: del hecho de que en el español existen unas reglas que no se deben ignorar, así sea por el noble propósito de hacer visible al género femenino (léase sexo dentro de este contexto) en el manejo idiomático.

Y es que esta abominable práctica ha hecho carrera en todos los ámbitos -reitero que no me refiero al de la práctica de la equidad de los géneros femenino y masculino en términos biológicos, sino al del maltrato idiomático, al de los géneros gramaticales en el español-, no solo de profesionales como nuestra Luisa, sino también de políticos (algunas con turbantes), sociólogos, y muchos otros tantos que, para tratar de ser “incluyentes”, no se dan cuenta de lo ridículo y erróneas que resultan ser algunas de sus frases.

Hace algunos años, por ejemplo, me encontraba en un seminario que precisamente abogaba por los derechos de las mujeres, (las) jóvenes y niñas. Y una de las expositoras comenzó así su intervención: “Quiero dar un saludo a todos y todas los y las presentes en este auditorio…” y más adelante, en una de tantas frases redundantes, incluso afirmó que “los miembros y las miembras de los hogares colombianos…” y así continuó su discurso interminable.

Y no solo fue interminable por lo largo, en sí mismo de su disertación, sino por el hecho que por su uso de las continuas referencias incluyentes de “los y las” acompañado de las terminaciones “os y as” -para citar algunas- terminó doblando el tiempo requerido para expresar sus ideas, amén de la de reducir la capacidad para transmitir claramente las ideas, del embotellamiento de las sinapsis en el momento de la comunicación neuronal ante tanto exceso inútil de información, que se podría catalogar, hoy en día, como SPAM por los estragos que producen sus efectos… En fin: su discurso giraba precisamente alrededor de la “exigencia de la equidad de género en el uso del lenguaje mediante la explicitación de lo femenino en todos los ámbitos, escritos y orales”.

Mientras ella hablaba, me ponía a pensar: si la moda ahora es feminizar las palabras (y sus artículos) supuestamente masculinas -según lo afirman las defensoras de esta manía- para ser incluyentes de verdad, ¿no debería suceder también al revés? Digo, pienso, humildemente opino: si la intención es lograr una equidad de verdad ¿no debería aplicarse también a la inversa?

Y, por supuesto, finalizada su intervención, ya en un momento de los importantes “pausa café” anunciado en el programa del evento (horrible adaptación errónea del coffee break inglés, pero eso es otro tema, no para hoy), se lo expresé: “Doctora” –le dije- “su intervención fue excluyente y, como hombre, me siento maltratado. Considero que en su enorme esfuerzo de feminizar las palabras, según usted de género masculino, con el afán de generar inclusión y que fue de tan gran recibo entre las mujeres presentes, los hombres terminamos siendo excluidos. Exijo, en su mismo tenor, que de ahora en adelante usted en sus intervenciones no solamente hable de “la persona”, sino también de “el persono”, para sentirme incluido, o de “el criaturo y la criatura” para no excluir a los niños de sus ideas”.

Obvio, no hace falta describir los rayos (¿y las rayas?) y centellas (¿y centellos?) que salían de sus ojos (¿y ojas?) ante mi “exigencia”, ni decir que –prácticamente- tuve que salir escoltado de la policía del recinto para evitar ser linchado por las demás personas (acá no aplican “los personos” que, realmente –como suele suceder en estos espacios-, somos pocos) que presenciaron nuestra conversación. En fin…

Desconoce la doctora en referencia, así como nuestra Luisa, que en el español existen distintos géneros que son, digamos, asexuados, es decir: no tienen ninguna relación con que se trate de hombres o mujeres. Reglas precisas, que permiten que el idioma fluya de manera clara y armónica, sin necesidad de estar redundando o atropellando el idioma.

No hay que ser muy docto en la materia, para saber que el género masculino gramatical no solo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos, como bien lo señala la Real Academia de la Lengua –RAE [1]. Cuando, por ejemplo, se dice, que “el perro es el mejor amigo del hombre”, claramente se refiere a que las perras también lo son, además también para las mujeres. Es decir: la frase “el perro y la perra son el y la mejor amigo y amiga del hombre y de la mujer” es un exabrupto, innecesario, redundante, ridículo…

Y, por supuesto, mis ejemplos de “persona y persono” o “criatura y criaturo” también carecen de fundamento, ya que son epicenos. Pero eso –estoy seguro- no lo sabía ni la doctora, ni nuestra Luisa…

Ahora, volviendo al ejemplo del “perro como mejor amigo del hombre”, infortunadamente en el uso cotidiano el uso distintivo entre perro y perra puede tener otro significado. Todos, al menos en Colombia, sabemos que no es lo mismo referirse a alguien como, por ejemplo, zorro o zorra. Mientras que en el primer caso se refiere popularmente a una persona sagaz y astuta, el segundo caso, en fin, puede significar otra cosa. Igual con perro y perra, pero esto es otro tema –también- no para hoy…

Y bueno: para retornar a la inutilidad de la explicitación de género masculino y femenino, me pongo a pensar en otro caso, el de los refraneros populares. Por ejemplo, cuando se dice que: “Al toro hay que cogerlo por los cachos”, ¿significa eso que a la vaca hay que cogerla (aclaro, que el verbo “coger” se utiliza en el sentido de “agarrar” y no con la acepción que se le suele dar en otros países latinoamericanos), por otro lado –digamos- la ubre? O cuando el ex presidente Uribe hace unos años hizo famoso el dicho de que “vaca ladrona no olvida el portillo”, significaba eso, pregunto yo, ¿que el toro sí sufre de amnesia?... ¡Pues no!

Insisto y aclaro, de nuevo, que no estoy en contra el género femenino, sino que me declaro en contra del mal uso del lenguaje. Sólo se requiere -indica la RAE- del uso de los dos géneros cuando la oposición de sexos es un factor relevante en el contexto. Por ejemplo: la afirmación de que “la proporción de cocineras y cocineros en los restaurantes ha cambiado en la década pasada” es clara e indica que entre mujeres y hombres la tendencia ha cambiado; resulta evidente que se ha presentado un cambio entre las mujeres que cocinan y los hombres que lo hacen.

Pero nada tiene que ver con la torpe afirmación inclusiva que se usa de que “las cocineras y los cocineros cocinan platos deliciosos”… Es inútil, redundante, ridículo…

Finalmente, me quiero referir al uso de la arroba “@” para reducir la forma escrita entre ambos géneros -o sexos- cuyo origen, si mal no estoy,  viene de los colectivos femeninos de México. Frases como “l@s niñ@s” para significar "los niños y las niñas", o su variante “os/as” para significar lo mismo “los/as niños/as” es otro atropello terrible… Amén de que ni la “@” es una letra del alfabeto –impronunciable fonéticamente- la distinción “os/as” tampoco es correcta….

Bien deberíamos entender que el plural en masculino implica ambos géneros. No es necesario, al dirigirse al público, tener que decir: "colombianos y colombianas", "niños y niñas". Subrayo que decir ambos géneros es solo correcto cuando el masculino y el femenino son palabras diferentes, por ejemplo: "mujeres y hombres", "toros y vacas", "damas y caballeros", o para señalar la anteriormente explicada diferenciación entre ambos (cocineros y cocineras)… De resto solo conduce a colisiones en las sinapsis…

El español es un idioma complicado. Tiene muchas más reglas y casos que los descritos acá. Pero todos son claros e invito a que se revisen. Dentro de los otros pocos idiomas que domino, no he encontrado –afortunadamente- este “meollo” artificial introducido por los (¿o las?) colectivos (¿o colectivas?) que “propenden” por la inclusión de las mujeres en su discurso. Todos los demás idiomas son claros, sencillos, incluyentes en sus formas y clases… Por demás –caramba, que coincidencia- al igual que el español, en sus reglas… ¿Para qué complicarlo más, sin ningún sentido? ¿Para qué generar exclusión en búsqueda de la inclusión? No nos atropellemos ni atropellemas… ... ¿algo para pensar?

[1] http://buscon.rae.es/dpdI/SrvltGUIBusDPD?lema=género2

3 comentarios:

  1. Diste en el clavo [¿ o en la clava ? o será puntilla o puntillo]... ...mejor dicho, ¡ excelente !

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  2. Como siempre, de lujo, ya era hora de hacer una manifestación ante tan ridícula situación

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  3. Completamente de acuerdo, estos grupos feministas no se dan cuenta que ante tal exageración si están cayendo en la disminución de la dignidad de la mujer, queriendo que les reconozcan hasta la mas ridícula palabra, ante tal presión y ridiculez, no extra~aria que dentro de poco dejemos de ser mujeres y nos volvamos mujeras.

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