martes, 9 de noviembre de 2010

Poder y moral

Ayer, en horas de la tarde, Twitter empezó a regar la noticia de la muerte de Emilio Massera. Comentarios de alivio, comentarios de lamento –aún cuando de estos últimos menos- en cuestión de minutos inundaron los diversos canales. ¿Pero quién era Emilio Massera? (He de ser honesto: hasta ese momento no tenía mayor referente de él, cómo de seguro a muchos argentinos tampoco les dijo mayor cosa en su momento que en Colombia hubiera muerto Víctor Julio Suárez Rojas, alias “Jorge Briceño Suárez” o "Mono Jojoy").

El periódico online El Espectador [1] tituló la noticia como “Murió Emilio Massera, uno de los jefes más sanguinarios de la dictadura argentina”, reseñando que este ex almirante, alias 'Comandante Cero', había integrado -junto con Videla y Agosti- la Junta de Comandantes que dio el golpe de Estado de 1976 que derrocó a Isabel Perón en Argentina, y que fue responsable de crímenes de lesa humanidad, acusado por centenares de secuestros, torturas y asesinatos.

En fin. Todo parece indicar que, como tantos otros, comenzó con una carrera brillante y –de nuevo como tantos otros- en algún momento se terminó desviando del camino correcto de hacer las cosas, para cometer atrocidades. Y eso me conduce al tema de hoy: el poder corrompe. No a todos, por supuesto, y tampoco por igual. (Como se dice por ahí, de los pocos, quizás, que tenía clara la película está el Maestro Echandía con su famosa frase “¿el poder para qué?”. Pero eso es otro tema, posiblemente para otra columna, no para hoy).

Analicemos: ¿cuántos a lo largo de la historia no fueron líderes exitosos que representaron una promesa de renovación y esperanza en sus seguidores y que, en algún momento, se dejaron tentar por las mieles del poder, dejando despertar en ellos ambiciones indignas, moralmente incorrectas? No todas por el corte de Massera y compañía, obvio. Pero igual, ambición es ambición, y poder es poder. Y, como ya lo dije, corrompe.

Puede ser desde la cosa más perversa hasta la, aparentemente, más inofensiva: pongamos, por ejemplo, el caso del alto funcionario de un gobierno que, gracias a cierta información privilegiada, se hace a buenos negocios: ¿lícitos?, quizás; ¿moralmente correctos?, seguramente no. O pongamos, simplemente, el caso de un alto directivo de una organización que, abrumado por adulaciones y prebendas de alguno de sus funcionarios, deja que se pierda el norte en las decisiones asertivas y cohonesta acciones moralmente incorrectas: ¿qué no afectan los resultados finales de la organización?, quizás; ¿qué afectan la moral de los demás funcionarios?, seguramente sí.

Y es que la relación entre poder y moral no siempre es directamente proporcional; por el contrario, infortunada y precisamente por el sabor de esa miel, muchas veces esta relación se torna inversamente proporcional. No debería ser así, pero como ya lo anoté: el poder corrompe, incluso con acciones aparentemente banales. Es una lástima. Quisiera pensar que no necesariamente forma parte de la naturaleza humana, pero ejemplos cercanos míos, a lo largo de mi corta vida, no me han demostrado lo contrario.

Por ejemplo, en la universidad en la que estudié, ya en mi último semestre se desató un escándalo monumental por causa del rector que había alcanzado tal grado de poder, que terminó afectando los intereses de la comunidad en beneficio propio y de algunas personas allegadas a él: así, quién aparentemente había sido una promesa en su designación décadas atrás, no pudo resistirse a la tentación de la miel. O un caso más reciente: en un conjunto residencial en el que viví, el presidente de la junta de administración, tras una prometedora campaña, optó por usar los bienes de uso común como si fueran suyos pretendiendo, inclusive, tratar de modificar el reglamento de copropiedad para su beneficio propio. Estos dos casos, simplemente, para mencionar algunos.

Lo dicho: el poder corrompe y es una lástima que eso suceda. ¿Qué se puede hacer? ¿Reducir la corrupción a sus justas proporciones, como lo proponía Julio César Turbay Ayala? No creo. Me parece que hay que atacar la raíz del problema de fondo: solamente la moral podrá enfrentar el sabor amargo que puede dejar la miel del poder.

¿Qué podemos hacer? Si somos nosotros los que tenemos el poder, bregar a que nunca se nos olvide a qué o quiénes nos debemos y mantener el estandarte de la moral en nuestras actuaciones. Y si son otros los que tienen el poder, debemos censurar públicamente lo que moralmente es incorrecto en sus actuaciones y, por supuesto, defender lo moralmente correcto de las mismas. Bregar a que siempre se logre la directa proporcionalidad entre poder y moral. Ya con eso, intuyo, estaremos haciendo mucho.

Indudablemente sobre el tema se puede escribir muchísimo más. Pero ahí se los dejo como abrebocas, para que lo piensen.

[1] www.elespectador.com/noticias/elmundo/articulo-233863-murio-emilio-massera-uno-de-los-jefes-mas-sanguinarios-de-dictadura

2 comentarios:

  1. El poder corrompe, es taxativo. Pero para combatir ese poder está ese gran regalo que es nuestro libre albedrio, el poder (valga la iteración) para decir si o decir no. Si ese primer mecanismo de control falla, estan los demás, los que afortunadamente y desafortunadamente no son nuestros, sino que son los que o arreglan o hechan a perder (ref.: la cagada) eso sobre lo que tenemos el poder.

    Esos mecanismos corresponden al libre albedrío de aquellos que nos rodean y que empujados por lo que sea que los empuje, o nos intoxican dándonos mas de esa miel, enalteciendo nuestro ego con intereses solo claros para ellos e incluso y me atrevería a decir que en una gran mayoría de las veces, ni siquiera eso. O que por el contrario, estan aquellos (es aqui donde entra el amor) que nos quieren solo porque somos lo que somos, esos que por ese amor nos hacen bajar la cabeza y entender que el poder que estamos usando mal, no es para eso.

    AMOR (notense las mayúsculas)esa palabreja simple pero de tan variado y poderoso significado. No me refiero a ese amor de pareja que es el mas comunmente buscado, odiado o temido y que parafraseando a cierta reina; si son ellas con ellas o ellos con ellos o lo que sea, esa aun no es el tema.

    NO! (nótense las mayúsculas de nuevo), me refiero al amor desinteresado e infinito de los que nos aman y nos respetan, de los que nos ayudan a descagarla, de los que nos ayudan a comprender y corregir el rumbo, que nos entienden y contribuyen a corregir los errores cometidos, de esos que sólo vemos de cuando en vez y que aparecen las veces en la vida que los necesitamos. ME refiero a ese amor que solo puede compararse con el amor con el que una arbol entrega sus frutos. Pero como dice cierto amigo, ese es tema para otro momento.

    Y aqui retomamos el sendero iniciado, ante estos libres albedríos de los demás unos con sus intereses Los que sean) y los otros con el amor, volvemos a la disyuntiva para que decidamos con nuestro libre albedrío sobre la decisión a tomar. A quien escuchar ???

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  2. Genial reflexión Ralf!
    También considero que el poder, en alguna medida, descubre o desenmascara capas subyacentes de la personalidad. Considero que una persona en las mieles del poder puede descubrir realmente de que esta hecho...

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