sábado, 27 de noviembre de 2010

Viaje a Ciudad Perdida

Muy a las 9:30 de la mañana del primer día nos encontramos en el centro de Santa Marta, Colombia. Ahí estaba “Marrón”, el conductor de la prometida "van"… ¿van? ¿eso?” …Nuestros morrales fueron montados en la parilla de la Toyota “Land Cruiser” de los años sesenta y trece personas nos acomodamos en él. Debajo de las sillas estaban los plátanos, naranjas, patillas y melones. En el techo iban los demás alimentos, la carne, el pollo y también los huevos, como cuatro bandejas de ellas. Una mirada rápida: dos belgas, dos holandeses, dos australianos, un inglés, un irlandés, un mexicano, una alemana y nosotros, los únicos tres colombianos. Edad promedio de los demás acompañantes: 25 años.
Salimos de Santa Marta: carretera central. Después de una hora y pico de recorrido llegamos a la “Entrada de la Aguacatera” donde termina el idilio del pavimento perfecto. Paramos, estiramos las piernas entumecidas, nos subimos de nuevo y a sacudirse de nuevo. Dos centímetros de espuma cristalizada del colchón del asiento ya no son suficientes. Emprendemos la subida a “Machete Pelao”, nuestro siguiente destino. Y vaya que se necesitaba un jeep para subir esa trocha: un verdadero desafío para los riñones… y los huevos que van en el techo (y los que van en la cabina también).

El jeep se zarandea; uno se golpea la cabeza contra el techo de la cabina del vejusto campero, se pisan los pies del que está sentado al frente. Hay veces pensaba que el mantenimiento de la trocha estaba en manos del Samuel Moreno y el Grupo Nule … en fin. La primera tortura de este viaje. Son 12 km interminables. Claro: se podrían caminar, pero, así no lo crean, andar en esta cosa es una bendición. Finalmente llegamos a “Machetes” (otro nombre para lo mismo). Nos espera un almuerzo light: unas bandejas con jamón, queso, lechuga, cebolla, tomate, salsa rosada y pan blandito, para que cada cual arme su sándwich.

“¿Estamos listos?” es la pregunta que nos hace José “Chelo” Gallego, el guía principal. –Qué machera de personaje, por demás: servicial, amigable, experimentado-. Y arrancamos. Las mulas se adelantan (se me olvidaba decir que algunos optamos por mandar parte del equipo sobre estos nobles animales). Y el camino se abre ante nosotros: primero una trocha amplia mientras salimos de “Machetes”, pero pronto se vuelve un caminito. Primer cruce de un río (de tantos que nos tocaría cruzar). Juiciosamente paramos, nos quitamos botas y medias y nos pusimos las zapatillas para agua. Y créanme: no hay nada más terrible que caminar con zapatos mojados, se sancochan los pies, salen callos y ampollas. Algunos de nuestros acompañantes –sin mayor agüero- lo hicieron y lo lamentaron después. En fin: nos quitamos medias (siempre deben ser dos pares que uno debe tener puestas en estas marchas) y las botas. Y con las mismas en mano, cruzamos el frío torrente.

Y arrancamos de nuevo. Subida entre piedras, fango y arcilla. Y bajadas igual. El paisaje lo embriaga a uno: tanta montaña, bosque, vegetación. Paisajes espectaculares.
  
A medida que vamos caminando, se abren los escenarios, majestuosos e indescriptibles. Patinamos en la arcilla roja y aprovechamos para explicarle a nuestros nuevos amigos que es la que se usa en el popular juego nacional: el tejo. Lo más triste es que solo son 8 kilómetros, pero bien sentidos en los gemelos durante las 4 horas que dura el trayecto…   
Sobre el ocaso llegamos al primer campamento: “Huonduras” o donde "Adán”, el dueño de las cabañas donde nos quedamos la primera noche. Según Chelo, nos encontramos a 525 msnm. Y con una humedad agobiante. La ropa emparamada por el sudor y las lluvias durante el trayecto no tiene forma de secarse.

Aprovechamos la noche para conocernos un poco más. El inglés saca una botella de litro de Ron Medellín y departimos un rato, conociendo las demás aventuras que han tenido estos mochileros que se han dedicado a recorrer gran parte de los lugares turísticos de Suramérica. Pregunto sobre cómo llegaron a Colombia y me comentan que en los hostales de Ecuador otros mochileros les han hablado maravillas de este recorrido. El australiano complementa que en la actualidad Ciudad Perdida es el lugar número uno que quieren conocer los jóvenes australianos. Y es curioso: de otros países viene por hordas a conocer este paraíso, pero los colombianos poco lo hacemos. Según los guías, de aproximadamente 1500 turistas que pueden estar subiendo hacia Ciudad Perdida, quizás solo 50 somos colombianos; y de ellos la gran mayoría vienen porque están casados con algún extranjero. Qué tristeza.

El irlandés me comenta que está asombrado con las instalaciones sanitarias. Recuerda que cuando hizo el recorrido del Camino Inca solamente se encontraban con letrinas y que, por supuesto, después de que los primeros 40 habían entrado, la experiencia era bastante traumática. Acá no: los sanitarios son decentes, limpios, con agua fluyente; y las duchas también muy buenas.

La dormida de la primera noche es en hamacas con toldillo, para evitar los mosquitos y el condenado gegén, y el tábano y las avispas y... Al amanecer nos levantamos, un frugal desayuno –he de anotar que la alimentación durante todo el trayecto es absolutamente espectacular, muy en contra de mis pronósticos iniciales- y a comenzar a caminar de nuevo.


Este trayecto hasta el siguiente campamento (Munaque) son 12 km, que se recorren en aproximadamente 6 horas. De nuevo ríos, piedras, fango, y cada vez vamos viendo como el camino deja de serlo y en algunas partes simplemente se transita entre las quebradas. Y sigue lloviendo a ratos, y la bruma envuelve las montañas y la frondosa vegetación. Una calma embriagante, interrumpida solamente por el sonido del agua en las quebradas y ríos, el canto de las aves y el croar de las ranas y bufos.
Munaque queda a unos 450 msnm, rodeado de cascadas que tímidamente caen entre las montañas, colindando con el río Buritaca, con su torrente cristalino, descubriendo miles de colores por las piedras y distintos tipos de cuarzos que se encuentran en la región. Esa noche ya nos encontramos con camas con toldillo. Pero sin luz eléctrica. “Honduras” es, de hecho, el último lugar en todo el recorrido con ese servicio. Así que la noche transcurre a la luz de la vela y acompañada del chispear de los fogones de leña en la cocina. Y la ropa extendida en los improvisados tendidos bajo el techo, sigue sin secarse. Y hasta acá también llegó el servicio de las mulas: a partir del siguiente día ya toca- forzosamente- echarse todo al hombro. Claro que se puede dejar parte del equipo en la cabaña y recogerla en el regreso, para alivianar la carga.
El tercer día nos recibe con un poco de sol. Un buen tinto acompañado de un cigarrillo mañanero, desayuno "poderoso", morrales al hombro y arrancamos. Caminados apenas unos cientos de metros nos encontramos con una de las tantas serpientes venenosas que veríamos en el camino. Y es momento de los guías para advertirnos de no tratar de caminar entre la maleza, sino procurar hacerlo siempre en el “camino” y así evitar sorpresas. Unos kilómetros más adelante divisamos la garrucha (como llaman a la tarabita allá), para cruzar el río. Y entre Enrique y Chelo (los dos guías), uno a cada orilla del cable de acero, van halando la frágil canastilla, en ambos sentidos, a una altura de 15 metros sobre el rugiente río. El camino nos sigue sorprendiendo con su majestuosa flora, árboles de quizás 400 años o más, lianas por doquier, flores de múltiples colores, helechos de todos los tipos, hongos de variados estilos y colores y orugas vistosas, arañas grandes y pequeñas, mariposas azules, naranjas, rojas, colonias de millones de hormigas… en fin: imposible describir la invasión de sensación de colores, olores, sonidos…
Ya a esta altura del camino, el mismo en muchas partes ya simplemente no existe: toca saltar sobre piedras, cruzar cascadas de agua, cuidar de no resbalarse sobre el musgo y la vegetación podrida, esquivar troncos a medio caer en el trayecto. Finalmente, después de superar los 13 kilómetros y tras 6 horas de recorrido, llegamos al tercer y último campamento: Paraiso Teyuna, ubicado a 800 msnm. De nuevo hamacas o camas, según el gusto del turista. Y observamos un terreno de piedras, palos y tierra removida. Nos explican que unos meses atrás una avalancha se llevó una de las cabañas donde pernoctaban antes los turistas. Afortunadamente en ese momento estaban sentados en el comedor y no hubo víctimas fatales, pero los equipos, ropa y cámaras fotográficas de varios miles de dólares quedaron bajo los escombros y el lodo. Ni modos de encontrarlos, ni imaginarse que ahí hubo una cabaña…
Amanece el cuarto día. Esta vez con sol pleno, apenas para la aventura esperada: la subida a Ciudad Perdida. Son 2 kilómetros los que nos separan de este otrora asentamiento, que se cubren en una hora. Parte del recorrido se hace subiendo por la “escalera”, remanente de los tayronas que vivieron allá entre 600 DC y aproximadamente 1500 y 1600 DC. Son –según los guías- alrededor de 1800 escalones que se suben en total, resbalosos, empinados, peligrosos. Y finalmente divisamos la primera terraza. Cada una de estas terrazas -se calcula que hay alrededor de unas 1500, pero apenas unas 250 han sido recuperadas- albergaba una choza para una familia, chozas de las cuales, por supuesto, ya no queda ninguna –solamente hay dos construidas recientemente para mostrar cómo debieron ser en esa época-.
Es alucinante: subir y caminar entre las terrazas, observar la perfección como se unieron las losas que las conforman, e imaginarse que todo lo hicieron a punta de piedra, ya que no conocían metal distinto al oro. Impresionante. Nos muestran uno de los tantos mapas que tallaron los tayronas en piedra, para que les sirviera como ubicación en la sierra. Mapas que igual le sirvieron a los guaqueros a mediados de los años setenta para descubrir este lugar y, tristemente, saquearlo, como sucede tantas veces. Llegamos a la terraza principal. La visión es espectacular. Se siente el porqué este era un lugar sagrado para ellos: simplemente una sensación eterna de paz y calma. Cada rincón encierra algo nuevo por descubrir, para no salir del asombro. Bajamos de nuevo, esta vez en parte por el camino que debían usar las mujeres en la época. Y es que era así: un camino principal (por el que subimos) que solo podían usar los hombres, y otro para las mujeres. En la escalera nos sorprende un cangrejo. Ni idea cómo hizo para subir tanto, pero no estaba muy feliz de nuestra presencia.
Llegamos de nuevo a Paraiso Teyuna –se me olvidaba decir que es “administrada” por el mamo Romualdo, jefe de esa parte del resguardo indígena-, un almuerzo light de nuevo, mochilas al hombro y retomar el camino de regreso hasta el segundo campamento, donde llegamos agotados al finalizar la tarde, tras 17 kilómetros de recorrido total ese día. En la noche los guías nos sorprenden con una atención especial: dos botellas de vino espumoso, para celebrar el logro. Para algunos esta será la última noche en la Sierra Nevada de Santa Marta, ya que en el día siguiente harán el resto de los 20 kilómetros en una sola tanda hasta Machete Pelao. Para nosotros no: habíamos decidido hacer la bajada más suave y quedarnos durante el quinto día donde Adán y disfrutar la piscina natural y el la última oportunidad de sentir la naturaleza.

Finalmente amanece el sexto día. Toda la tarde y noche anterior había llovido torrencialmente. Incluso nos compadecimos con un grupo de 14 turistas alemanes que llegaron la noche anterior, embarrados, magullados… y pensar lo que les hacía falta todavía. Y estábamos también preocupados: en algún momento el recorrido entre el tercer y el segundo campamento se nos perdió una bolsa que contenía una billetera con documentos, tarjetas bancarias y un teléfono celular. Si bien ya se había mandado razón con los guías y con un “mototaxi” (así llaman allá a los portadores, aún cuando de moto no tienen nada), que estaban de subida, no habíamos recibido razón aún si alguien la había encontrado. Y ni modos de llamar para bloquear las claves: durante todo el trayecto no existe señal de celular, ni radios, ni teléfonos ni nada…

Hay dos motivos por los cuales es difícil creer que la Sierra Nevada quede en Colombia: el idioma y la honestidad. El idioma oficial parece ser el inglés o, al menos, una suerte de “espanglish”. Como será, que hasta el aviso de bienvenida en el último campamento está escrito exclusivamente en esa lengua. Por otro lado nos sorprendió toparnos, a escasos 2 kilómetros de nuestro regreso a Machete Pelao, con un guía distinto -que venía de bajada- buscándonos con una bolsa en su mano que contenía la billetera y celular extraviados; las tarjetas de crédito y débito estaban completas, así como la plata. Ya Chelo nos había calmado diciendo que estuviéramos tranquilos, que eso aparecería. Y hasta no verlo, honestamente, no lo pude creer…
El regreso a Santa Marta fue en una Nissan y con un aguacero impresionante. Se enterró dos veces en la trocha de bajada, pero finalmente llegamos, felices de haber vivido esta dura, pero una berraquera de experiencia. Si no la han hecho, se las recomiendo, de verdad.

Post scriptum: tanto antes de salir de viaje, como después de publicada esta nota, muchas personas me han preguntado sobre la presencia de grupos armados ilegales en la zona y el riesgo de este viaje por ello. De hecho, durante el trayecto alguno de los extranjeros me narró que le hicieron, antes de venirse, la pregunta: "¿Colombia? ¿estás loco? ¿qué vas a hacer a Colombia?" (tal cual como aparece en el famoso video de Colombia es Pasión)... y bueno, parafraseando, a mí me habían hecho el mismo cuestionamiento sobre ir a la Sierra Nevada de Santa Marta... ¿Qué puedo decir? Simplemente que no sé si hay o no Farc, Eln, Autodefensas o Paras o grupos por el estilo por allá. Lo que sí puedo decir es que no nos topamos con ninguno de ellos... Y para tranquilidad de todos: solamente al regreso tuvimos la oportunidad de toparnos en el camino con personas armadas: se trataba del Batallón de Alta Montaña que hace un par de años está apostado allá.

Recomendaciones para los que quieran hacer el trayecto:
Se puede hacer en 3, 4, 5 ó 6 días. Todo depende de lo mucho que se quiera caminar por día. Pienso que el de cinco días es una buena opción. Igual cuesta los mismo: alrededor de 600 mil pesos, si se incluye el servicio de mula para la subida y bajada de equipo hasta los primeros dos campamentos.

Los guías son clave. Mi experiencia con José "Chelo" Gallego (cel: 315 6499121 – cel esposa María: 318 7445598) y Enrique Guerrero (314 5687336) me permite recomendarlos ampliamente.

No lleven mucho equipo. Básicamente un buen par de botas para caminar –ojalá resistentes al agua-, unas zapatillas de “playa” para cruzar los ríos, unos cuatro o seis pares de medias gruesas de algodón, dos o tres mudas de ropa (una de ellas para ser usada seca para por las noches), repelente contra los mosquitos, bloqueador solar, una pava o cachucha, sleeping bag (aún cuando en todas las cabañas ofrecen cobijas, podrán imaginarse un poco el olor que pueden tener después de abrigar a tantos turistas…), linterna, barras de chocolate para el camino, cantimplora con agua y pastillas purificadoras para la misma, y un buen morral. Por supuesto, todo empacado en bolsas… ah, y un buen bastón para caminar. Es la herramienta más útil que se pueden conseguir por esos lados…

3 comentarios:

  1. Leerte fue la gran experiencia de estar viviendo y recorriendo nuevamente este maravilloso lugar, del cual, como lo mencionan desafortunadamente somos pocos los Colombianos que lo hemos disfrutado. Defintivamente una vez más recomiendo a TODOS, a que visiten nuestra historia, parte de nuestro origen, y de lo maravilloso que encontramos en nuestro país y del cual MUCHOS extranjeros se han enamorado.

    ResponderEliminar
  2. Impresionante, desde luego tu post aporta una barbaridad de inspiración para todo el que esté pensando en hacer algo por el estilo.

    Y las panorámicas tienen una pinta tremenda, una pena no poder verlas en grande.

    Saludos desde Madrid!!!

    ResponderEliminar
  3. Con semejante descripción ya quedé enganchada para ir =D imaginé todos esos lugares, las mariposas azules, la tierra, las terrazas, y eso que dices, que apareció la billetera completa, me deja muy contenta, para todos los que creen que la gente honesta se extinguió en este país.
    Si tienes clips de video :) sería genial.

    Definitivamente hay que ir.
    Genial tu post.

    ResponderEliminar