sábado, 27 de noviembre de 2010

Viaje a Ciudad Perdida

Muy a las 9:30 de la mañana del primer día nos encontramos en el centro de Santa Marta, Colombia. Ahí estaba “Marrón”, el conductor de la prometida "van"… ¿van? ¿eso?” …Nuestros morrales fueron montados en la parilla de la Toyota “Land Cruiser” de los años sesenta y trece personas nos acomodamos en él. Debajo de las sillas estaban los plátanos, naranjas, patillas y melones. En el techo iban los demás alimentos, la carne, el pollo y también los huevos, como cuatro bandejas de ellas. Una mirada rápida: dos belgas, dos holandeses, dos australianos, un inglés, un irlandés, un mexicano, una alemana y nosotros, los únicos tres colombianos. Edad promedio de los demás acompañantes: 25 años.
Salimos de Santa Marta: carretera central. Después de una hora y pico de recorrido llegamos a la “Entrada de la Aguacatera” donde termina el idilio del pavimento perfecto. Paramos, estiramos las piernas entumecidas, nos subimos de nuevo y a sacudirse de nuevo. Dos centímetros de espuma cristalizada del colchón del asiento ya no son suficientes. Emprendemos la subida a “Machete Pelao”, nuestro siguiente destino. Y vaya que se necesitaba un jeep para subir esa trocha: un verdadero desafío para los riñones… y los huevos que van en el techo (y los que van en la cabina también).

El jeep se zarandea; uno se golpea la cabeza contra el techo de la cabina del vejusto campero, se pisan los pies del que está sentado al frente. Hay veces pensaba que el mantenimiento de la trocha estaba en manos del Samuel Moreno y el Grupo Nule … en fin. La primera tortura de este viaje. Son 12 km interminables. Claro: se podrían caminar, pero, así no lo crean, andar en esta cosa es una bendición. Finalmente llegamos a “Machetes” (otro nombre para lo mismo). Nos espera un almuerzo light: unas bandejas con jamón, queso, lechuga, cebolla, tomate, salsa rosada y pan blandito, para que cada cual arme su sándwich.

“¿Estamos listos?” es la pregunta que nos hace José “Chelo” Gallego, el guía principal. –Qué machera de personaje, por demás: servicial, amigable, experimentado-. Y arrancamos. Las mulas se adelantan (se me olvidaba decir que algunos optamos por mandar parte del equipo sobre estos nobles animales). Y el camino se abre ante nosotros: primero una trocha amplia mientras salimos de “Machetes”, pero pronto se vuelve un caminito. Primer cruce de un río (de tantos que nos tocaría cruzar). Juiciosamente paramos, nos quitamos botas y medias y nos pusimos las zapatillas para agua. Y créanme: no hay nada más terrible que caminar con zapatos mojados, se sancochan los pies, salen callos y ampollas. Algunos de nuestros acompañantes –sin mayor agüero- lo hicieron y lo lamentaron después. En fin: nos quitamos medias (siempre deben ser dos pares que uno debe tener puestas en estas marchas) y las botas. Y con las mismas en mano, cruzamos el frío torrente.

Y arrancamos de nuevo. Subida entre piedras, fango y arcilla. Y bajadas igual. El paisaje lo embriaga a uno: tanta montaña, bosque, vegetación. Paisajes espectaculares.
  
A medida que vamos caminando, se abren los escenarios, majestuosos e indescriptibles. Patinamos en la arcilla roja y aprovechamos para explicarle a nuestros nuevos amigos que es la que se usa en el popular juego nacional: el tejo. Lo más triste es que solo son 8 kilómetros, pero bien sentidos en los gemelos durante las 4 horas que dura el trayecto…   
Sobre el ocaso llegamos al primer campamento: “Huonduras” o donde "Adán”, el dueño de las cabañas donde nos quedamos la primera noche. Según Chelo, nos encontramos a 525 msnm. Y con una humedad agobiante. La ropa emparamada por el sudor y las lluvias durante el trayecto no tiene forma de secarse.

Aprovechamos la noche para conocernos un poco más. El inglés saca una botella de litro de Ron Medellín y departimos un rato, conociendo las demás aventuras que han tenido estos mochileros que se han dedicado a recorrer gran parte de los lugares turísticos de Suramérica. Pregunto sobre cómo llegaron a Colombia y me comentan que en los hostales de Ecuador otros mochileros les han hablado maravillas de este recorrido. El australiano complementa que en la actualidad Ciudad Perdida es el lugar número uno que quieren conocer los jóvenes australianos. Y es curioso: de otros países viene por hordas a conocer este paraíso, pero los colombianos poco lo hacemos. Según los guías, de aproximadamente 1500 turistas que pueden estar subiendo hacia Ciudad Perdida, quizás solo 50 somos colombianos; y de ellos la gran mayoría vienen porque están casados con algún extranjero. Qué tristeza.

El irlandés me comenta que está asombrado con las instalaciones sanitarias. Recuerda que cuando hizo el recorrido del Camino Inca solamente se encontraban con letrinas y que, por supuesto, después de que los primeros 40 habían entrado, la experiencia era bastante traumática. Acá no: los sanitarios son decentes, limpios, con agua fluyente; y las duchas también muy buenas.

La dormida de la primera noche es en hamacas con toldillo, para evitar los mosquitos y el condenado gegén, y el tábano y las avispas y... Al amanecer nos levantamos, un frugal desayuno –he de anotar que la alimentación durante todo el trayecto es absolutamente espectacular, muy en contra de mis pronósticos iniciales- y a comenzar a caminar de nuevo.


Este trayecto hasta el siguiente campamento (Munaque) son 12 km, que se recorren en aproximadamente 6 horas. De nuevo ríos, piedras, fango, y cada vez vamos viendo como el camino deja de serlo y en algunas partes simplemente se transita entre las quebradas. Y sigue lloviendo a ratos, y la bruma envuelve las montañas y la frondosa vegetación. Una calma embriagante, interrumpida solamente por el sonido del agua en las quebradas y ríos, el canto de las aves y el croar de las ranas y bufos.
Munaque queda a unos 450 msnm, rodeado de cascadas que tímidamente caen entre las montañas, colindando con el río Buritaca, con su torrente cristalino, descubriendo miles de colores por las piedras y distintos tipos de cuarzos que se encuentran en la región. Esa noche ya nos encontramos con camas con toldillo. Pero sin luz eléctrica. “Honduras” es, de hecho, el último lugar en todo el recorrido con ese servicio. Así que la noche transcurre a la luz de la vela y acompañada del chispear de los fogones de leña en la cocina. Y la ropa extendida en los improvisados tendidos bajo el techo, sigue sin secarse. Y hasta acá también llegó el servicio de las mulas: a partir del siguiente día ya toca- forzosamente- echarse todo al hombro. Claro que se puede dejar parte del equipo en la cabaña y recogerla en el regreso, para alivianar la carga.
El tercer día nos recibe con un poco de sol. Un buen tinto acompañado de un cigarrillo mañanero, desayuno "poderoso", morrales al hombro y arrancamos. Caminados apenas unos cientos de metros nos encontramos con una de las tantas serpientes venenosas que veríamos en el camino. Y es momento de los guías para advertirnos de no tratar de caminar entre la maleza, sino procurar hacerlo siempre en el “camino” y así evitar sorpresas. Unos kilómetros más adelante divisamos la garrucha (como llaman a la tarabita allá), para cruzar el río. Y entre Enrique y Chelo (los dos guías), uno a cada orilla del cable de acero, van halando la frágil canastilla, en ambos sentidos, a una altura de 15 metros sobre el rugiente río. El camino nos sigue sorprendiendo con su majestuosa flora, árboles de quizás 400 años o más, lianas por doquier, flores de múltiples colores, helechos de todos los tipos, hongos de variados estilos y colores y orugas vistosas, arañas grandes y pequeñas, mariposas azules, naranjas, rojas, colonias de millones de hormigas… en fin: imposible describir la invasión de sensación de colores, olores, sonidos…
Ya a esta altura del camino, el mismo en muchas partes ya simplemente no existe: toca saltar sobre piedras, cruzar cascadas de agua, cuidar de no resbalarse sobre el musgo y la vegetación podrida, esquivar troncos a medio caer en el trayecto. Finalmente, después de superar los 13 kilómetros y tras 6 horas de recorrido, llegamos al tercer y último campamento: Paraiso Teyuna, ubicado a 800 msnm. De nuevo hamacas o camas, según el gusto del turista. Y observamos un terreno de piedras, palos y tierra removida. Nos explican que unos meses atrás una avalancha se llevó una de las cabañas donde pernoctaban antes los turistas. Afortunadamente en ese momento estaban sentados en el comedor y no hubo víctimas fatales, pero los equipos, ropa y cámaras fotográficas de varios miles de dólares quedaron bajo los escombros y el lodo. Ni modos de encontrarlos, ni imaginarse que ahí hubo una cabaña…
Amanece el cuarto día. Esta vez con sol pleno, apenas para la aventura esperada: la subida a Ciudad Perdida. Son 2 kilómetros los que nos separan de este otrora asentamiento, que se cubren en una hora. Parte del recorrido se hace subiendo por la “escalera”, remanente de los tayronas que vivieron allá entre 600 DC y aproximadamente 1500 y 1600 DC. Son –según los guías- alrededor de 1800 escalones que se suben en total, resbalosos, empinados, peligrosos. Y finalmente divisamos la primera terraza. Cada una de estas terrazas -se calcula que hay alrededor de unas 1500, pero apenas unas 250 han sido recuperadas- albergaba una choza para una familia, chozas de las cuales, por supuesto, ya no queda ninguna –solamente hay dos construidas recientemente para mostrar cómo debieron ser en esa época-.
Es alucinante: subir y caminar entre las terrazas, observar la perfección como se unieron las losas que las conforman, e imaginarse que todo lo hicieron a punta de piedra, ya que no conocían metal distinto al oro. Impresionante. Nos muestran uno de los tantos mapas que tallaron los tayronas en piedra, para que les sirviera como ubicación en la sierra. Mapas que igual le sirvieron a los guaqueros a mediados de los años setenta para descubrir este lugar y, tristemente, saquearlo, como sucede tantas veces. Llegamos a la terraza principal. La visión es espectacular. Se siente el porqué este era un lugar sagrado para ellos: simplemente una sensación eterna de paz y calma. Cada rincón encierra algo nuevo por descubrir, para no salir del asombro. Bajamos de nuevo, esta vez en parte por el camino que debían usar las mujeres en la época. Y es que era así: un camino principal (por el que subimos) que solo podían usar los hombres, y otro para las mujeres. En la escalera nos sorprende un cangrejo. Ni idea cómo hizo para subir tanto, pero no estaba muy feliz de nuestra presencia.
Llegamos de nuevo a Paraiso Teyuna –se me olvidaba decir que es “administrada” por el mamo Romualdo, jefe de esa parte del resguardo indígena-, un almuerzo light de nuevo, mochilas al hombro y retomar el camino de regreso hasta el segundo campamento, donde llegamos agotados al finalizar la tarde, tras 17 kilómetros de recorrido total ese día. En la noche los guías nos sorprenden con una atención especial: dos botellas de vino espumoso, para celebrar el logro. Para algunos esta será la última noche en la Sierra Nevada de Santa Marta, ya que en el día siguiente harán el resto de los 20 kilómetros en una sola tanda hasta Machete Pelao. Para nosotros no: habíamos decidido hacer la bajada más suave y quedarnos durante el quinto día donde Adán y disfrutar la piscina natural y el la última oportunidad de sentir la naturaleza.

Finalmente amanece el sexto día. Toda la tarde y noche anterior había llovido torrencialmente. Incluso nos compadecimos con un grupo de 14 turistas alemanes que llegaron la noche anterior, embarrados, magullados… y pensar lo que les hacía falta todavía. Y estábamos también preocupados: en algún momento el recorrido entre el tercer y el segundo campamento se nos perdió una bolsa que contenía una billetera con documentos, tarjetas bancarias y un teléfono celular. Si bien ya se había mandado razón con los guías y con un “mototaxi” (así llaman allá a los portadores, aún cuando de moto no tienen nada), que estaban de subida, no habíamos recibido razón aún si alguien la había encontrado. Y ni modos de llamar para bloquear las claves: durante todo el trayecto no existe señal de celular, ni radios, ni teléfonos ni nada…

Hay dos motivos por los cuales es difícil creer que la Sierra Nevada quede en Colombia: el idioma y la honestidad. El idioma oficial parece ser el inglés o, al menos, una suerte de “espanglish”. Como será, que hasta el aviso de bienvenida en el último campamento está escrito exclusivamente en esa lengua. Por otro lado nos sorprendió toparnos, a escasos 2 kilómetros de nuestro regreso a Machete Pelao, con un guía distinto -que venía de bajada- buscándonos con una bolsa en su mano que contenía la billetera y celular extraviados; las tarjetas de crédito y débito estaban completas, así como la plata. Ya Chelo nos había calmado diciendo que estuviéramos tranquilos, que eso aparecería. Y hasta no verlo, honestamente, no lo pude creer…
El regreso a Santa Marta fue en una Nissan y con un aguacero impresionante. Se enterró dos veces en la trocha de bajada, pero finalmente llegamos, felices de haber vivido esta dura, pero una berraquera de experiencia. Si no la han hecho, se las recomiendo, de verdad.

Post scriptum: tanto antes de salir de viaje, como después de publicada esta nota, muchas personas me han preguntado sobre la presencia de grupos armados ilegales en la zona y el riesgo de este viaje por ello. De hecho, durante el trayecto alguno de los extranjeros me narró que le hicieron, antes de venirse, la pregunta: "¿Colombia? ¿estás loco? ¿qué vas a hacer a Colombia?" (tal cual como aparece en el famoso video de Colombia es Pasión)... y bueno, parafraseando, a mí me habían hecho el mismo cuestionamiento sobre ir a la Sierra Nevada de Santa Marta... ¿Qué puedo decir? Simplemente que no sé si hay o no Farc, Eln, Autodefensas o Paras o grupos por el estilo por allá. Lo que sí puedo decir es que no nos topamos con ninguno de ellos... Y para tranquilidad de todos: solamente al regreso tuvimos la oportunidad de toparnos en el camino con personas armadas: se trataba del Batallón de Alta Montaña que hace un par de años está apostado allá.

Recomendaciones para los que quieran hacer el trayecto:
Se puede hacer en 3, 4, 5 ó 6 días. Todo depende de lo mucho que se quiera caminar por día. Pienso que el de cinco días es una buena opción. Igual cuesta los mismo: alrededor de 600 mil pesos, si se incluye el servicio de mula para la subida y bajada de equipo hasta los primeros dos campamentos.

Los guías son clave. Mi experiencia con José "Chelo" Gallego (cel: 315 6499121 – cel esposa María: 318 7445598) y Enrique Guerrero (314 5687336) me permite recomendarlos ampliamente.

No lleven mucho equipo. Básicamente un buen par de botas para caminar –ojalá resistentes al agua-, unas zapatillas de “playa” para cruzar los ríos, unos cuatro o seis pares de medias gruesas de algodón, dos o tres mudas de ropa (una de ellas para ser usada seca para por las noches), repelente contra los mosquitos, bloqueador solar, una pava o cachucha, sleeping bag (aún cuando en todas las cabañas ofrecen cobijas, podrán imaginarse un poco el olor que pueden tener después de abrigar a tantos turistas…), linterna, barras de chocolate para el camino, cantimplora con agua y pastillas purificadoras para la misma, y un buen morral. Por supuesto, todo empacado en bolsas… ah, y un buen bastón para caminar. Es la herramienta más útil que se pueden conseguir por esos lados…

viernes, 12 de noviembre de 2010

Adán y Evo

Al principio todo era caos y oscuridad en el abismo. Entonces se escuchó una voz que dijo: hágase la luz. Y se hizo.

No pretendo ofender a nadie con esta historia, que es sencilla. Hay un personaje que tiene tres huevos, cual ex presidente –como lo ha reseñado un columnista importante- . En fin: algún día alguien le dijo –o notó-: “estás solo, requieres de compañía”. ¿Y qué he de hacer, señor? fue la pregunta de nuestro personaje, que –para efectos prácticos- lo llamaré Adán. Entonces, la voz le dijo:¿no te sientes solo?... y bueno, si bien sabía que podía sobrevivir solo los partidos de fútbol y tomatas de cerveza, simplemente por respeto, nuestro personaje dijo: “sí, quiero compañía!” – craso error-, en fin.

Y bueno, esa voz tomó cartas en el asunto y dijo: “deberás sacrificar algo que te sobre”. Nuestro personaje (Adán, si no se han dado cuenta aún) dijo: mmmh: me siento completo. Tengo dos ojos para ver mejor, dos oídos para escuchar mejor y una boca para hablar menos. ¿Qué me sobra?.... Entonces la “voz”, un poco impaciente, le preguntó de nuevo: ¿Qué te sobra? … y nuestro -poco inteligente- Adán no supo responder….

Para hacer rápido el cuento: la voz pensó: le he dado todo lo que necesita, siempre en el mejor de los casos de a dos , pero me descaché en una cosa: realmente en vez de tres, solo necesita dos. Así que, como narra la historia, cogió uno de ellos, lo rellenó de carne, y creó a “Evo” (no el de Bolivia, dado que esto, por supuesto se ha dado años ¿siglos? atrás)… Por eso el 99.9999999999999999999999% de la población masculina solo tenemos dos, y el resto tiene tres.

Y bueno: contamos con Adán y Evo en este momento. Los más ilustrados saben que aparece –igual- una serpiente que ofrece la fruta de un árbol prohibido: yo creo que debió ser la freijoa-que siempre me ha parecido inmunda y prohibida- pero parece ser que fue una manzana chilena… y lástima, porque me encantan las manzanas, y las chilenas también, por supuesto. En fin...

Menos mal Evo no se llamaba Eva, porque podría haber caído. (Parece ser que el Evo -muy ladino- también tenía gusto por las chilenas…). Y bueno, los aún –más ilustrados- saben que tanto Adán como Evo ¿o Eva? vivieron más de 800 años (¿!) y procrearon felices: Caín, Abel, Set, ….

Pero, en fin, no voy a tratar de dilucidar esa longevidad –jamás registrada en los Guiness Reccords— ni mucho menos la capacidad reproductiva de un Adán o un Evo ¿Eva? o Caín o …

La vida en el Edén era aburrida: hay veces Evo se preguntaba: ¿qué pasaría si se llamara Eva? Pero nunca llegó a una conclusión. Le gustaba su nombre y listo. Y, entonces, apareció una nueva voz (¿de tentación?): la de la serpiente Ordoñez (es simplemente un nombre) que le dijo: cómete esto que no te va a gustar, o mejor dicho, te va a gustar, pero como todo lo que hago, no te va a gustar…. ¡Y te castigaré!

Y bueno: el resto lo saben todos: Adán, temeroso, reunió a todos los animales y sometió a votación si debían comer o no. Y el resultado (proporcional) fue como hoy en Colombia con el fallo de la Corte Constitucional de abstenerse de estudiar la demanada que buscaba que las parejas del mismo sexo pudieran contraer matrimonio: 5 a 4. Y Adán perdió. También su Evo, que de ahora se tendrá que llamar Eva (si quiere lograr algo), como efectivamente sucedió, para poder ser felices y tener Caines, y Abeles y ellos sus Sets y demás. La historia se impone. En fin. Y espero que no se vuelva repetir tan triste resultado: ¡todos y todas tienen su derecho a unirse como se les pegue la gana!

* * * * *

Salgo de viaje y vacaciones. En principio, mis notas volverán a aparecer del 26 de noviembre en adelante: claro que existe la posibilidad que publique algo antes, no prometo nada.

Política de juventud y política de programa de jóvenes

Recientemente un conocido mío se lamentaba que unos jóvenes le habían comentado que en un foro (dentro de un proceso de formulación de políticas institucionales) “no se habían respetado sus acuerdos”, complementando que presuntamente “se había maquinado todo para “aprobar” preconceptos”. El tema no es nuevo para mí: ni el de la formulación de políticas de y para jóvenes, ni el de los lamentos durante el proceso. Llevo muchísimos años trabajando en ese campo y, por supuesto, he visto y oído de todo. Y antes de seguir con mi relato, debo detenerme en esto.

Política de juventud lo llaman unos, política de programa de jóvenes otros. No importa cómo se denomine, la esencia radica en lo mismo: una serie de de principios, estrategias, programas y proyectos que contribuyen a la promoción social, económica, cultural y política de la juventud. De manera burda: los procesos y acciones que permitan incidir en el mejoramiento de la calidad de vida de los jóvenes.

La teoría suena bonita y fácil. Pero llegar a estas políticas siempre ha sido un camino tortuoso. Jamás faltan los que se declaran insatisfechos, que no se incluyeron x o y estrategias fundamentales, que sus voces no fueron escuchadas. No importa cuántos eventos previos de consulta se hagan (llámense foros, seminarios, talleres o de cualquier otra manera), siempre habrá quiénes salgan al final diciendo que los acuerdos no fueron respetados.

En fin. El problema radica en las expectativas previas que se generan, en la información errada que reciben o perciben quienes participan en estos eventos. Pero para poder explicar esto mejor, debemos partir de un poco de teoría: el camino de la formulación de las políticas [1].

Todo parte de un diagnóstico: alguien -o algunos- estudian la situación actual de la población objeto, para el caso, los jóvenes. Se analizan, igualmente, aciertos y desaciertos de políticas pasadas. Se consulta con expertos en la materia, se consulta (de nuevo para el caso actual) a los jóvenes, se efectúa una revisión documental.

A partir de lo anterior, se plantean unas hipótesis, que permitirán (más adelante) establecer unas líneas de política. Estás hipótesis responden a dos cosas: la situación actual diagnóstica y el deber ser, es decir, las “apuestas” según las orientaciones de quiénes tienen en sus manos la responsabilidad de asumir resultados concretos con las políticas [2].

Si se quiere, estas hipótesis se pueden volver a someter a consulta. No es necesario, pero se puede hacer. Como quiera que sea (con o sin consulta), finalmente terminan derivándose en formulaciones que llegarán a ser los lineamientos de la política.

Ahora bien: decía que el problema radica en las expectativas que se generan durante el proceso.

Me acuerdo, a manera de ejemplo, del proceso de la formulación de la actual Ley de Juventud (ley 375 de 1997) que rige en Colombia. En su momento se vendió como “los jóvenes vamos a formular la ley de juventud” y se hizo un ejercicio “amplio de consulta nacional” donde intervinieron “más de 10.000 jóvenes”. Indudablemente un error garrafal, perverso y demagógico.

No se puede pensar que las expectativas de los jóvenes (y expresadas por los jóvenes), se puedan igualar a la rigurosidad del tratado legal y constitucional. Obvio: después de que saliera ese “inofensivo” documento (reducido de 146 artículos a los 51 que quedaron) la sensación de frustración fue muy grande. Y, de nuevo, la voz de los jóvenes: “no fuimos escuchados”, "no se nos tuvo en cuenta"... "no se consideraron los acuerdos a los que llegamos”.

¿Qué pasa? ¿Qué pasó? El manejo de las expectativas: lo que se puede hacer y lograr, y lo que no.

Y he ahí el punto álgido: yo no necesito consultar a un suicida para saber que el suicidio es malo. Yo no necesito consultar a un drogadicto para saber que la droga es mala. Yo necesito, eso sí, consultar a los suicidas y drogadictos el porqué lo hacen, para evitar que otros lo hagan, para establecer acciones.

Pero que un suicida me formule políticas anti-suicidio, que un drogadicto me formule políticas contra las drogas, he ahí una brecha muy grande. Entonces, el proceso de formulación comprende puntos de ver, sentimientos, expectativas. Y se logra mediante consultas. Pero esas consultas NO definen mediante “sus voces” los lineamientos de política.

Las políticas se definen con unas apuestas claras: de gobierno o dirección. Y se corroboran –o ajustan- mediante consultas. Pero no creo que se establecen por la población objeto. Así suene crudo para algunos “objetantes”. Ahora: ¿estoy reduciendo los “asuntos” a meros elementos “proteccionistas”? Tampoco.

La clave está ahí: le preguntaba a mi conocido –el que se lamentaba al inicio-: ¿conocen los jóvenes la dinámica institucional? ¿La deben conocer? ¿Opinan por opinar? ¿Saben qué se encierra entre las metodologías de la organización para ellos y el quehacer institucional?

“No”, finalmente me respondió él. “No saben y no deben saber”. ¿Entonces, me pregunto yo, dónde está la claridad conceptual entre el  sabersaber ser y el saber hacer? …

Y ahí de nuevo radica el punto: quiénes critican no saben lo que critican; quiénes reproducen críticas no son las “voces autorizadas”. Poco se puede hacer, si se quiere, formulando cosas entre quienes no saben, y quienes saben  lo que hay que hacer. Las políticas se formulan pensando de manera global, consultadas, pero pensando en ese ejercicio global: con las apuestas institucionales, considerando los intereses poblacionales.

Por eso mi invitación es: antes de criticar, reproducir o proponer: hay que documentarse, estudiar y -si se puede- evaluar. Pero dejemos a los expertos su experticia, que flaco favor se hace hablando empírcamente.


[1] Por supuesto, no entraré en extrema rigurosidad sobre este tema, del cual hemos escrito volúmenes enteros en las últimas décadas; en ese orden de ideas, de antemano ofrezco mis disculpas a los demás colegas por lo reduccionista de algunos conceptos. La idea, de fondo acá, no es hacer un tratado sobre las políticas, sino de dar una visión rápida a los LAICOS en la materia.
[2] La responsabilidad, para el caso, se puede referir a un gobierno o a directivos de una organización social. El motivo por el cual, particularmente, no considero acá a gerentes o directivos de empresas (económicas) radica en el enfoque organizacional: mientras que los gobiernos y organizaciones sociales se enfocan en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población objeto, las empresas (económicas) pocas veces tienen ese matiz (recordemos que la definición clásica de una empresa es la de aumentar los ingresos de sus miembros y que, rara vez, se miden en “ingresos sociales”)


miércoles, 10 de noviembre de 2010

Algo huele mal en el estado de Dinamarca

Va una semana desde que inicié este blog y admito que he recibido muchísimos comentarios favorables. Algunos públicos y, curiosamente, la gran mayoría en privado, ya sea por mensajes de correo electrónico o mensajes personales del Facebook. Algunas personas se han registrado como seguidores, otros me han expresado que me siguen, pero no se atreven a registrarse como tales. Y bueno: respeto la privacidad de cada cual y que, por supuesto, no a todos les guste opinar o exponerse públicamente. Lo que me deja pensando es que, en muchos casos, manifiestan que lo hacen así, para evitarse problemas o inconvenientes (?!). Así como lo leen: simplemente soy un cronista de los hechos.

Pero bueno, no voy a tratar en mi nota de hoy sobre esas situaciones particulares, ni mucho menos seré infidente con quienes me lo manifestaron. Pero sí me ha servido para mi reflexión de esta ocasión: la libertad de expresión y afiliación, de discernir ante las opiniones ajenas y de no ser “marcartizado” por ello. Según se le atribuye, Voltaire dijo:”no comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. 

Debería ser principio rector de cualquier democracia, empresa u organización. Y más allá de que se pueda afirmar o establecer que sea un derecho tácito o expreso de las políticas que rijan el sistema, la importancia real radica en que sea asumido, vivido y promovido por sus integrantes.

Por supuesto: no todo lo que se dice es asertivo. Pero igual, este principio implica también el derecho de poder decir “bobadas” y bueno, también a que sean escuchadas.

Otra cosa distinta es que quiénes tengan la capacidad y poder de la toma de decisiones las digan, y lo que es peor, impongan tercamente su parecer por el hecho de estar investidos con la autoridad para hacerlo. En ese caso, indudablemente, -al menos yo- no defenderé hasta la muerte el derecho a poder decir o -peor- hacer. Mejor dicho: sí defenderé que se puedan decir “bobadas”, pero jamás que se implementen.

He ahí la clave: el derecho a decir, no implica el derecho automático para llevar a la práctica lo que se dice.

Queda claro, entonces, que no se trata de acallar discusiones válidas y con argumentos de peso, sino el defender el bien colectivo ante las arbitrariedades de quienes tienen la investidura para hacer cosas. Se trata de proteger el sistema; así de sencillo.

Y eso me lleva al punto de inicio de esta nota: el ejercicio de adelantar discusiones válidas conlleva el derecho a pertenecer a grupos de debate y, por qué no decirlo claramente, a ser seguidor y generador de opinión de cualquier tipo de espacio, de denunciar lo equivocado y aplaudir lo correcto, de promover el cambio que se pudiera requerir, sin temor a ser "marcartizado" por ello. Y es, por supuesto, una expresión de confianza: con uno mismo y en el sistema. Si se tuviese temor a hacerlo, mucho me temo, el sistema estaría fallando. Cómo dirían por ahí: algo olería mal en el estado de Dinamarca, ¿no creen?

martes, 9 de noviembre de 2010

Poder y moral

Ayer, en horas de la tarde, Twitter empezó a regar la noticia de la muerte de Emilio Massera. Comentarios de alivio, comentarios de lamento –aún cuando de estos últimos menos- en cuestión de minutos inundaron los diversos canales. ¿Pero quién era Emilio Massera? (He de ser honesto: hasta ese momento no tenía mayor referente de él, cómo de seguro a muchos argentinos tampoco les dijo mayor cosa en su momento que en Colombia hubiera muerto Víctor Julio Suárez Rojas, alias “Jorge Briceño Suárez” o "Mono Jojoy").

El periódico online El Espectador [1] tituló la noticia como “Murió Emilio Massera, uno de los jefes más sanguinarios de la dictadura argentina”, reseñando que este ex almirante, alias 'Comandante Cero', había integrado -junto con Videla y Agosti- la Junta de Comandantes que dio el golpe de Estado de 1976 que derrocó a Isabel Perón en Argentina, y que fue responsable de crímenes de lesa humanidad, acusado por centenares de secuestros, torturas y asesinatos.

En fin. Todo parece indicar que, como tantos otros, comenzó con una carrera brillante y –de nuevo como tantos otros- en algún momento se terminó desviando del camino correcto de hacer las cosas, para cometer atrocidades. Y eso me conduce al tema de hoy: el poder corrompe. No a todos, por supuesto, y tampoco por igual. (Como se dice por ahí, de los pocos, quizás, que tenía clara la película está el Maestro Echandía con su famosa frase “¿el poder para qué?”. Pero eso es otro tema, posiblemente para otra columna, no para hoy).

Analicemos: ¿cuántos a lo largo de la historia no fueron líderes exitosos que representaron una promesa de renovación y esperanza en sus seguidores y que, en algún momento, se dejaron tentar por las mieles del poder, dejando despertar en ellos ambiciones indignas, moralmente incorrectas? No todas por el corte de Massera y compañía, obvio. Pero igual, ambición es ambición, y poder es poder. Y, como ya lo dije, corrompe.

Puede ser desde la cosa más perversa hasta la, aparentemente, más inofensiva: pongamos, por ejemplo, el caso del alto funcionario de un gobierno que, gracias a cierta información privilegiada, se hace a buenos negocios: ¿lícitos?, quizás; ¿moralmente correctos?, seguramente no. O pongamos, simplemente, el caso de un alto directivo de una organización que, abrumado por adulaciones y prebendas de alguno de sus funcionarios, deja que se pierda el norte en las decisiones asertivas y cohonesta acciones moralmente incorrectas: ¿qué no afectan los resultados finales de la organización?, quizás; ¿qué afectan la moral de los demás funcionarios?, seguramente sí.

Y es que la relación entre poder y moral no siempre es directamente proporcional; por el contrario, infortunada y precisamente por el sabor de esa miel, muchas veces esta relación se torna inversamente proporcional. No debería ser así, pero como ya lo anoté: el poder corrompe, incluso con acciones aparentemente banales. Es una lástima. Quisiera pensar que no necesariamente forma parte de la naturaleza humana, pero ejemplos cercanos míos, a lo largo de mi corta vida, no me han demostrado lo contrario.

Por ejemplo, en la universidad en la que estudié, ya en mi último semestre se desató un escándalo monumental por causa del rector que había alcanzado tal grado de poder, que terminó afectando los intereses de la comunidad en beneficio propio y de algunas personas allegadas a él: así, quién aparentemente había sido una promesa en su designación décadas atrás, no pudo resistirse a la tentación de la miel. O un caso más reciente: en un conjunto residencial en el que viví, el presidente de la junta de administración, tras una prometedora campaña, optó por usar los bienes de uso común como si fueran suyos pretendiendo, inclusive, tratar de modificar el reglamento de copropiedad para su beneficio propio. Estos dos casos, simplemente, para mencionar algunos.

Lo dicho: el poder corrompe y es una lástima que eso suceda. ¿Qué se puede hacer? ¿Reducir la corrupción a sus justas proporciones, como lo proponía Julio César Turbay Ayala? No creo. Me parece que hay que atacar la raíz del problema de fondo: solamente la moral podrá enfrentar el sabor amargo que puede dejar la miel del poder.

¿Qué podemos hacer? Si somos nosotros los que tenemos el poder, bregar a que nunca se nos olvide a qué o quiénes nos debemos y mantener el estandarte de la moral en nuestras actuaciones. Y si son otros los que tienen el poder, debemos censurar públicamente lo que moralmente es incorrecto en sus actuaciones y, por supuesto, defender lo moralmente correcto de las mismas. Bregar a que siempre se logre la directa proporcionalidad entre poder y moral. Ya con eso, intuyo, estaremos haciendo mucho.

Indudablemente sobre el tema se puede escribir muchísimo más. Pero ahí se los dejo como abrebocas, para que lo piensen.

[1] www.elespectador.com/noticias/elmundo/articulo-233863-murio-emilio-massera-uno-de-los-jefes-mas-sanguinarios-de-dictadura

lunes, 8 de noviembre de 2010

Lie to me (parte 2)

(continuación de Lie to me (parte 1) )

Según Ekman, solo unos pocos pueden detectar mentiras. En ese sentido, en un reciente artículo publicado en la revista Semana [3], se afirma que apenas el 1 por ciento de cada 15.000 individuos detecta a un farsante con mirarle la cara. En el mismo artículo, la doctora Rita Karanauskas [4] explica que se trata de un conjunto de factores que se deben analizar muy bien por una persona experta y que es como armar un rompecabezas ya que no hay un solo rasgo ni una palabra que delate a un mentiroso exclusivamente.

Como quiera que sea, resulta ser una ciencia fascinante. Ekman ofrece un entrenamiento especial (METT: the micro-expression training tool) que, entre otros, permite detectar más fácilmente las mentiras. Se basa en el desarrollo de la habilidad de detectar micro-expresiones faciales, invisibles para el ojo inexperto, ya que ocurren entre 1/15 y 1/25 fracción de segundo, según lo explica Ekman.

Ciertamente me encuentro evaluando la posibilidad de inscribirme en ese entrenamiento; de seguro me evitaría muchos dolores de cabeza y desilusiones en el futuro y quizás, por qué no pensarlo también, le evitaría a otros la penosa situación de tener que persistir en sus mentiras -o embarcarse en otras más graves- para sostenerse: ya Alexander Pope (sátiro y poeta inglés del siglo XVIII) dijo: “el que dice una mentira no sabe la gran tarea que ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener esa primera” [5].

En fin. Ya, de alguna manera me había referido al tema [6] y no quiero ser reiterativo. Por el contrario, quiero mantenerme positivo y optimista ante la condición humana y asumir los términos del famoso poema Desiderata: “el mundo está lleno de engaños, mas no dejes que esto te vuelva ciego para la virtud que existe. Hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar nobles ideales”.

Y para finalizar, solamente dejarlos con una de mis citas favoritas: “visteis, como en las farsas de la vida, que a estos muñecos, como a los humanos, muévelos cordelillos groseros, que son los intereses, las pasioncillas, los engaños y todas las miserias de su condición: tiran unos de sus pies y los llevan a tristes andanzas; tiran otros de sus manos, que trabajan con pena, luchan con rabia, hurtan con astucia, matan con vilencia. Pero entre todos ellos, desciende a veces del cielo al corazón un hilo sutil, como tejido con luz del sol y con luz de luna: el hilo del amor, que a los humanos, como a esos muñecos que semejan humanos, les hace parecer divinos, y trae a nuestra frente resplandores de aurora, y pone alas en nuestro corazón y nos dice que no todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en nuestra vida que es verdad y es eterno, y no puede acabar cuando la farsa acaba” [7].


[3] “Los cazamentiras”, Revista Semana, ed. 1486, octubre 25 de 2010
[4] Administradora de empresas de la Universidad del Rosario, quien desde hace tiempo se dedica al manejo de imagen y la comunicación no verbal y hoy es de las pocas colombianas certificadas por Ekman como cazamentiras, cf. ob. cit.
[5] He who tells a lie is not sensible of how great a task he undertakes; for he must be forced to invent twenty more to maintain that one
[6] Ver El poder del chisme y rumor .
[7] Jacinto Benavente “Los intereses creados”, Acto II: Cuadro tercero, Escena IX


viernes, 5 de noviembre de 2010

Lie to me (parte 1)

No crean. No voy a hablar de la popular serie de Fox llamada así, aún cuando debo reconocer que sí me sirvió para pensar en esta nota. No. No me quiero concentrar en el famoso Profesor Lightman (personaje protagonista de la serie “Miénteme”) sino en el hombre y, especialmente, en la ciencia que está detrás de esta trama: Dr. Paul Ekman Ph.D [1], cuyos múltiples estudios alrededor de la interpretación de las reacciones corporales y faciales se remontan a 1954.

En sus boletines de noticias de septiembre y diciembre de 2009 [2], Ekman hace un análisis del porqué las mentiras fallan. Explica que las mentiras cotidianas como “me encanta tu vestido” o “no puedo hablar ahora contigo, estoy de salida” no se detectan, precisamente, porque el objetivo quiere ser engañado, ya que no sería adecuado que se le dijera al interlocutor que le parece horrible el vestido o que realmente no se quiere hablar con él ahora o nunca. Adicionalmente, anota Ekman, estas mentiras prosperan porque realmente no hay nada en juego, en el sentido de que el mentiroso no espera que su afirmación sea puesta en duda y, por ende, no teme ser cogido en la misma.

Según Ekman, las mentiras –triviales o serias- no son detectadas tanto por lo que el mentiroso dice o el cómo lo dice, sino por el comportamiento del mentiroso. Solamente cuando hay mucho en juego, cuando algo de valor se puede perder y puede involucrar un castigo en el momento que la mentira se descubra, existe la posibilidad de que la conducta del mentiroso lo traicione. Las mentiras con una fuerte carga emocional son las más difíciles de ocultar, independientemente del sentimiento que encierren (ira, miedo, asco, desprecio, excitación, placer, tristeza o sorpresa), ya que el esfuerzo de tratar de ocultar cualquier signo de la emoción, interfiere también con la capacidad de hablar de manera coherente y convincente.

Pero, ¿sí será así de fácil detectar las mentiras, como sucede en la popular serie de televisión?

Continúa en Lie to me (parte 2)

[1] Director del Paul Ekman Group, LLC (PEG)
[2]Reading between the Lies, 2009 Volúmen 2, Números 1 y 4 respectivamente

La cagada

Ya tenía lista mi siguiente nota para el blog, cuando caí en cuenta que hoy es viernes. Así que revisé lo que había escrito y consideré que, dada su seriedad, no era apropiada para un día tan especial de relax y “posjuernes”; sino que se requería algo mucho más serio, que los ponga a pensar de verdad. Por ende, cerré el archivo –que dejaré para el lunes- y me senté a escribir de nuevo, sobre un tema acorde a la dignidad de la ocasión. Y se trata sobre lo que -vulgar y ordinariamente- nuestras abuelas llamaban “hacer del cuerpo”, pero que yo -por respeto a los lectores- denominaré “cagar”, o “cagada” en su genérico.

Y no me refiero a las cagadas que cometen algunos alcaldes o políticos o directivas de empresas u organizaciones –aún cuando reconozco que puede ser un tema interesante, amplio y suficiente para futuras notas-. No. Me referiré a ese acto humano –generalmente privado y personal- con el que todos tenemos que ver y que a todos nos atañe. René Descartes decía: “No hay nada más equitativamente repartido en el mundo que la razón; todos creen tener suficiente”. Y bueno, yo discrepo: creo que lo más equitativamente repartido –bueno, si se quiere, depositado- es eso, a lo que me estoy refiriendo.

Porque, ¿quién puede decir que no le ha tocado? ¿Quién puede decir que nunca lo ha cometido? Invito a quién lo piense que levante la primera … Mmmh: mejor no pido que me tiren nada. En fin…

Cagar es un acto humano y cagarla humano es. Pero: de nuevo, me estoy desviando…

Díganme: ¿no existe momento más sublime del día? Al menos para los que comemos fibras es, cómo mínimo, una vez al día y me excusan los que sufren de estreñimiento, que no es nada personal ni discriminativo. Pero, sin lugar a dudas, puede ser una experiencia liberadora, como igualmente dolorosa y penosa: ¿A quién no le ha tocado la fiesta en la casa de un amigo con 50 invitados comiendo y bebiendo y con un solo baño? ¿A quién no le ha tocado -finalmente al poder entrar a ese único baño- darse cuenta que ya no hay papel higiénico después de haberse, a duras penas, podido desabrochar el pantalón (o levantar la falda y bajar el cuco) antes de que rugiera la venganza de Moctezuma por los excesos de la noche? ¿A quién no le ha tocado el anticuado sanitario que no absorbe bien y que demora horas en volverse a cargar, y uno esperando, para no dejar evidencias?

Pues sí, señoras y señores: puede ser una experiencia traumática. Se me vienen a la mente la infinidad de veces que me ha tocado asistir a eventos masivos de un -o peor- varios días y tener que enfrentar las temibles caseticas azules, paradas discretamente en la mitad de la nada, a la vista de todos. El solo hecho de ver esa especie de cabina telefónica londinense, entrar a ese espacio reducido donde uno no sabe cuál es el lavamanos o el mingitorio -o peor, pensar que lo último es lo primero- y ver una palanca con instrucciones precisas de cómo bombear, es fatal.

Por ello mi cuerpo ha asumido una táctica hábil: se condiciona al tiempo requerido y no reclama nada. Estoicamente resiste el tiempo requerido para poder esperar a disfrutar de las comodidades del hogar. Lo malo es que -pareciera- que la cagada tiene pensamiento desligado de la razón que emana del cerebro.

¿Por qué?

Mmmh: hace muchos años regresaba yo de un campamento y, por supuesto, tanto tripas como corazón habían hecho lo propio, para mantener la cordura, el equilibrio. ¡Estaba feliz! No tanto por los días pasados –que también me habían hecho felices- sino por pensar en ese momento especial en el seno, seguridad y privacidad de mi hogar. Y a medida que el bus avanzaba de regreso, mi cuerpo se emocionaba, y –sin seguir instrucciones precisas- se empezó a relajar.

Kilómetros menos de viaje y mi cuerpo estaba más feliz. De vez en cuando me tocaba mandar señales claras de: “hey, espera, que la salvación está cerca”, pero nada que no se pudiera manejar. Pero, insisto, pareciera que la cagada tenía pensamientos propios y estaba conectada con todos los sensores de mi cuerpo: a medida que más nos acercábamos a nuestro destino, mayor presión ejercía. Un vulgar sindicato. Y el cerebro en lucha, a esa altura, todavía estaba lúcido.

El viaje seguía y mi cuerpo seguía reclamando la cercanía del destino. Mi frente estaba ya sudando y mi cerebro se estaba nublando. Y el bus rodaba por la vía... Para hacer corto el cuento –no quiero someterlos a la misma tortura- finalmente llegamos al destino: a escasas tres cuadras de mi casa. Dignamente, con caminado de reina de belleza apretando nalgas, bajé del bus, me despedí, y caminé así –quizás- unos 50 metros; después a correr se dijo, que poco tiempo quedaba. Finalmente llegué a la puerta, frenéticamente busqué en mi bolsillo las llaves, temblorosamente pude atinar a la chapa y, gracias a dios, mi cerebro pudo volver a pensar calificadamente después de unos minutos.

¿No creen ustedes que no hay nada más equitativamente distribuido?

Nos vemos el lunes.

jueves, 4 de noviembre de 2010

El poder del chisme y rumor

Mentiras en forma de chismes y rumores. Todos, posiblemente, los hemos sufrido en carne propia y, quizás, hemos consiente o inocentemente contribuido a su difusión. El poder del chisme o rumor ha sido conocido desde largo tiempo atrás y ha sido objeto de estudio. El antropólogo Max Gluckman [1] señaló claramente al chisme como una herramienta de control social para mantener unida a la comunidad, preservando sus costumbres y los valores y el control de camarillas que compiten y las personas aspirantes.

A manera de ejemplo, solamente hay que recordar las famosas frases del Ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels: “una mentira solamente tiene que ser repetida suficientemente, entonces será creída" [2] y “entre más grande e improbable sea una mentira, más fácilmente será creída" [3], para darse cuenta de la magnitud de su poder.

Pero, ¿podemos ser inmunes al chisme y el rumor? Los especialistas coinciden en que difícilmente, dado que la influencia del lenguaje en las relaciones humanas resulta fundamental, muchas veces en torno a conversaciones informales donde se hace referencia a terceros. De hecho, señalan, que entre mayor poder de referente tenga el interlocutor que emita o transmita el chisme o el rumor, mayor facilidad de aceptación tendrá entre el resto de las personas implicadas en una conversación. En ese sentido, algunos autores [4] han hecho hincapié en el uso de los chismes para promover el interés personal y los beneficios individuales.

Y esta conducta, parece ser, forma parte de la naturaleza humana. En el año de 2007, la revista Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (PNAS) reveló un estudio titulado “Gossip as an alternative for direct observation in games of indirect reciprocity” (El chisme como una alternativa para la observación directa en los juegos de la reciprocidad indirecta), adelantado por los investigadores alemanes Ralf D. Sommerfeld, Hans-Jürgen Krambeck, Dirk Semmann y Manfred Milinski. [5]

El estudio se desarrolló con 14 grupos de 9 integrantes cada uno, enfocándose sobre la composición de los chismes, la transferencia de información por el chisme, y el comportamiento basado en la información del chisme. Así, 126 estudiantes de las universidades de Kiel, Münster y Viena, ubicados frente a computadores individuales y en cubículos independientes, jugaban a videojuegos con parejas o adversarios anónimos. A cada uno de ellos se le entregó la cantidad de 10 euros para distribuir o no un determinado monto a sus compañeros en cada parte del juego, al final de cada una de las rondas (en total fueron 27). Debían responder con SI o No en cada ronda y para facilitar la decisión, se les proporcionaron notas con la información de todas las decisiones anteriores del compañero potencial receptor, especialmente referido a su generosidad.

De igual manera, de forma arbitraria, se introdujeron informaciones sobre conductas de los contrincantes, positivas o negativas, así como una lista de acciones reales de las rondas del juego, acompañadas con rumores que contradecían estos hechos. Sorprendentemente, la hipótesis de que el chisme no tiene efecto si un individuo tiene acceso a la información directa, claramente resultó ser falsa, ya que el 44% de todos los participantes cambiaron su decisión en las rondas correspondientes. De estos jugadores, el 79% dijo que SI en la ronda con adición de chisme positivo y NO en la ronda de chismes negativos, aunque se les informó que el chisme era precisamente acerca de la información directa que vieron.

Por lo tanto, concluye el estudio, la gente cree en chismes y, a su vez, el chisme y rumor son vectores eficientes para la transferencia de información. En consecuencia, el lenguaje proporciona a los individuos acceso a la información sobre otros sin la necesidad de la observación directa y que puede incidir de manera directa en sus actuaciones. Finalmente destaca, que el chisme tiene un gran potencial de manipulación que puedan ser utilizados por los tramposos para cambiar la reputación de los demás o incluso modificar su propia reputación.

[1] Papers in Honor of Melville J. Herskovits: Gossip and Scandal, Current Anthropology Volume 4, Number 3, June 1963
[2] Eine Lüge muss nur oft genug wiederholt werden. Dann wird sie geglaubt
[3] Je größer die Lüge und je unwahrscheinlicher die Lüge - desto eher wird sie geglaubt
[4] Emler N Goodman RF , Ben-Ze'ev B (1994) in Good Gossip, eds Goodman RF , Ben-Ze'ev B (Univ Kansas Press, Lawrence, KS), pp 117–138.; Paine R (1967) Man 2:278–285; McAndrew FT , Milenkovic MA (2002) J Appl Soc Psychol 32:1064–1082; cf. ob. cit.” Gossip as an alternative for direct observation in games of indirect reciprocity”
[5] PNAS October 30, 2007 vol. 104 no. 44 17435-17440

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Die Welle (La ola)

¡Excelente película! La vi ayer. Desconozco si estuvo en cartelera en Colombia el año pasado cuando se lanzó, o todavía hará falta por llegar. Pero créanme, vale la pena, así sea en el mercado informal, conseguirla y mirarla.

¿Es algo que podría volver a suceder? Es la pregunta con la que comienza esta magnífica trama construida alrededor de un experimento escolar, donde se mezcla política y educación. Por supuesto, no es un tema agradable, especialmente para el país en el que se rodó: Alemania, en el aquí y en el ahora. Se desarrolla en un colegio, donde se celebra la semana de proyectos y en la cual los estudiantes se deben inscribir en algún tema político para ser abordado durante los cinco días. El profesor Rainer Wenger (interpretado por Jürgen Vogel), entrenador de soccer acuático y modesto docente de ciencias políticas, quien originalmente quería dictar la asignatura de “anarquía”, se ve forzado a dirigir el proyecto de “autocracia”.

¿Es posible el resurgimiento del autoritarismo en Alemania? le cuestiona a sus estudiantes el primer día, quienes manifiestan que esto ya no es posible, que para ellos la experiencia histórica de la terrible época nazi los tiene lo suficientemente informados e ilustrados (aufgeklärt) para, siquiera, pensar que algo así se pudiera repetir en la actualidad. Y es ahí donde comienza el experimento del profesor Wenger. Mediante consenso general se convierte en líder de un movimiento que autodenominaron “Die Welle” (la ola), reproduciendo las bases de una dictadura: supresión voluntaria de los derechos individuales por sentimiento y adhesión grupal, uniformidad en la vestimenta, símbolos de identidad (saludo propio, logotipo), rechazo a la diferencia, fundamentalismo, disciplina y orgullo grupal, entre otros.

Lo que comenzó como una sencilla clase, con el paso de los días se convierte en un movimiento de difusa ideología, pero con gran sentimiento de adhesión al mismo, que termina por salírsele de las manos al profesor Wenger, con un final inesperado.

La película dirigida por Dennis Gansel, está basada en el libro "The Third Wave" (La tercera ola) de Alvin Toffler, que narra un experimento real desarrollado en la década de los sesentas en Estados Unidos por un profesor de historia (Ron Jones) que trató de explicarle mediante este ejercicio a sus alumnos el cómo fue posible que pudiera surgir un movimiento como el nazi en Alemania. Lo dicho: vale la pena verla, especialmente porque abre de nuevo la discusión de lo fácilmente manipulable que puede ser la población adolescente, y la increíble responsabilidad que le asiste a quienes tienen la tarea de su formación y educación, no solo desde el aula, sino en todos los entornos en los que se desenvuelven.

martes, 2 de noviembre de 2010

No sólo se han llevado nuestro queso, ¡ahora quieren llevarse nuestro cerebro!

Mmmh... ¿Con qué comenzar la primera entrada en este blog? Recordé un escrito del año 2004, que en días pasados le leía a un amigo a raíz de una pequeña polémica que se había suscitado, precisamente por un fragmento del mismo. Tras la lectura me pidió que se lo enviara. El texto completo no justifica publicarlo acá, ya que estaría completamente fuera de contexto. Por ello solo presento un aparte del mismo, el que más le gusto a mi amigo. Ahí se los dejo:

No sólo se han llevado nuestro queso,
¡ahora quieren llevarse nuestro cerebro!

“Pongamos (…) que tenemos cuatro pequeños personajes que viven en un laberinto.
Dos de ellos son ratones porque los ratones viven en laberintos, y los otros dos son liliputienses,
unos seres humanos del tamaño de ratones. Si te parece inverosímil, lo lamento.
Los liliputienses y los ratones vivían muy feli­ces al principio de esta fábula,
porque todos sabían dónde encontrar queso en cantidad. ¡Ah, el queso!
Pero un día se despertaron y descubrieron que el queso ya no estaba.
Los dos ratones, como eran ratones, se inter­naron en el laberinto en busca de Queso Nuevo
(aunque yo sospecho que era el mismo queso de antes que alguien se había llevado de su sitio).
Los dos liliputienses, al ser personas, supongo, se pusieron a despotricar
y preguntarse qué le había sucedido a su queso.
Tal vez penséis que la moraleja de esta historia es:
¡afron­tad el cambio, adaptaos a las nuevas circunstancias sin queso,
internaos en el laberinto y buscad más queso! Nada de eso.
Tal como ilustra la fábula, ésa es la reacción del ratón.
Decidme, hermanos: ¿nosotros qué somos? ¿Hombres o ratones?
Aquí la única pregunta importante es: ¿Quién demonios se ha llevado mi queso?.
Si resulta que hay un ladrón compulsivo de queso por ahí suelto,
el tío -o la tía— no va a parar tan fácilmente. Una vez que se haya aficionado
a llevarse el queso ajeno, el muy ladino volverá a las andadas una y otra vez
si alguien no le para los pies. Y para colmo se reirá de nosotros a nuestras espaldas.
Si insistís en lanzaros a la busca de más queso,
os arries­gáis a entrar en un círculo vicioso de sufrimiento. “

Darle Bristol-Bovey [1]

Sobre el cuento (resumen comentado)

Especialmente desde mediados del siglo pasado se ha venido presentado el fenómeno de la aparición de numerosos escritores que abordan la cotidianidad y los problemas del común de la sociedad a través de manuales de auto-ayuda, destinados a que el lector pueda sacar de ellos sus lecciones y aprendizajes para hacerse la vida más amable y fructífera. Mediante el uso de metáforas o anécdotas sencillas y unas reglas básicas -igualmente sencillas- envuelven a los lectores, haciéndoles ver que sus vidas miserables no son tan miserables, que sus problemas no son tan graves y despertando en cada uno el sentimiento de “¡A partir de hoy voy a triunfar! ¡Desde hoy aplicaré las 6 reglas de oro que me ofrecieron y seré más feliz! (también pueden ser 7 ó 10 ó 15 ó ... dependiendo de las que cada autor considere que sean las claves del éxito).

Este mismo estilo lo aplica Spencer Johnson en ¿Quién se ha llevado mi queso?. Una historia sencilla –aún cuando ,para mi gusto, un poco traída de los cabellos- en la que intervienen cuatro personajes: dos ratones –Oli y Corri (para sus amigos)- y dos especie de humanos diminutos –Kif y Kof-. Los cuatro usan tenis para correr en un laberinto en el que viven buscando su más preciado tesoro: el queso. (No obstante que el autor nos aclara que los ratones poseen “cerebros de roedores”, no nos aclara cómo llegaron a usar tenis. De igual manera tampoco nos aclara como estos humanos diminutos no se aterran al tener que compartir su espacio con una suerte de ratas gigantes -guardadas las proporciones eso debían ser para los pobres Kif y Kof- pero en el presente ensayo no me concentraré en tratar de dilucidar estos misterios, ya que mi propósito es otro. Simplemente así el autor nos presenta su historia –al fin y al cabo es una metáfora-.)

El nudo de la historia se concentra entonces en que cada día los cuatro personajes corrían por el laberinto en búsqueda de queso. Esta dinámica se desarrolla así hasta que algún día se topan con un gran cuarto –la quesera Q- en la que encuentran cantidades abundantes del mismo y se pueden dedicar a dejar de correr, colgar sus tenis y empezar a disfrutar el queso e, inclusive, compartirlo ocasionalmente con sus amigos.

Pero como toda dicha tiene un fin –de lo contrario la metáfora no tendría ningún sentido en los propósitos de Spencer Johnson- algún día se acabó el queso. Así de sencillo, simplemente se acabó… Dogma de fe, porque en ningún momento supimos ni cómo llegó el queso -¿Quién lo puso? ¿Por qué lo puso? ¿Dónde se produce?- ni mucho menos por qué desapareció. Para el autor las respuestas a estos interrogantes no son relevantes, ya que evidentemente la idea es que el pueda tejer sus enseñanzas de la metáfora a partir de esta terrible pérdida: ¡cómo se afronta el cambio!

Ese día los ratones –que como se había anotado sólo poseían cerebro de roedores- se volvieron a calzar sus tenis y salieron a correr por los túneles del laberinto, utilizando el sencillo pero eficaz método del tanteo mediante el cual se perdían, daban muchas vueltas inútiles y a menudo chocaban contra las paredes, como nos lo describe el autor. Finalmente encontraron un cuarto mucho más grande que el anterior y con queso mucho más rico y variado –la quesera N- en la cual se radicaron.

Mientras que a los dos ratones la ausencia de queso en la quesera Q no les produjo ninguna sorpresa –durante su estadía todos los días habían husmeado para darse cuenta si se estaban presentando cambios en él- a Kif y Kof –cuyos cerebros estaban repletos de creencias y cuyo método de encontrar queso se basaba en su capacidad de pensar y aprender de las experiencias pasadas- este cambio les cayó como un baldado de agua fría –ya que no se habían preparado para el cambio, sino se habían dedicado a la “buena vida” de la abundancia.

Para hacer corto este resumen, Kif y Kof entraron en una etapa de desesperación y reflexión tratando de dilucidar qué era lo qué había sucedido buscando queso en la quesera –obviamente sin ningún resultado- hasta que Kof decidió aventurarse de nuevo en el laberinto en busca de nuevo queso, enfrentando lo desconocido y sus grandes miedos por este hecho. (Curiosamente el autor al inicio del cuento no menciona nada sobre que estos “humanitos” hubieran tenido miedo para encontrar la quesera Q, pero igual, ahora Kof sí tenía miedo.)

A lo largo de su búsqueda va encontrando migajas de queso, pero lo importante no es lo que encuentra –me adelanto al final diciendo que felizmente encuentra también la quesera N- sino el profundo proceso de reflexión y aprendizajes que va obteniendo durante su búsqueda, que va escribiendo en las paredes y que se resumen en las siguientes 14 reglas sabias dadas por Spencer Johnson:

El cambio es un hecho
El queso se mueve constantemente
Prevé el cambio
Permanece alerta a los movimientos del queso
Controla el cambio
Huele el queso a menudo para saber si se está enmoheciendo
Adáptate rápidamente al cambio
Cuanto antes se olvida el queso viejo, antes se disfruta del nuevo
¡Cambia!
Muévete cuando se mueva el queso
¡Disfruta del cambio!
Saborea la aventura y disfrutas del nuevo queso
Prepárate para cambiar rápidamente y disfrutar otra vez
El queso se mueve constantemente


De Kif –indudablemente el “malo de la película” o por lo menos el “menos bueno”- después de la salida de Kof al laberinto solamente nos enteramos en una ocasión en la que éste regresó –antes de encontrar la quesera N- y le regaló uno trozos de queso que había encontrado por ahí pero que a Kif no le gustaron porque no eran del queso de su agrado y porque él quería su queso, motivo por el cual Kof lo abandonó definitivamente y siguió en su búsqueda.

Al final el cuento deja abierta la posibilidad de que también llegara la quesera N después de Kof, pero nunca lo sabremos.

¿Qué conclusiones se deben sacar de este cuento?

A esta altura la respuesta es obvia, pero por si acaso: ¡hay que cambiar con el cambio! El lector debe comprender que lo mejor es no actuar como el pobre Kif, sino identificarse claramente con el héroe Kof quién finalmente aprendió lo que los ratones saben por instinto: hay que buscar el nuevo queso. Sencillo, ¿no les parece?

¿Pero qué es el queso? Según Ken Blanchard “el queso es una metáfora de lo que uno quiere tener en la vida, ya sea un trabajo, una relación amorosa, dinero, una gran casa, libertad, salud, reconocimiento, paz interior, o incluso una actividad como correr o jugar al golf. Cada uno de nosotros tiene su propia idea de lo que es el queso, y va tras él porque cree que le hace feliz. Si lo consigue, casi siempre se encariña con el. Y si lo pierde o se lo quitan, la experiencia suele resultar traumática." [2]

Indudablemente un motivo más para seguir las sabias recomendaciones del autor para salir a buscarlo y si el lector descubrió este aprendizaje del manual de auto-ayuda, Spencer Johnson puede declarase satisfecho.

¿Todo será así de fácil y bonito? o ¿Dónde está el “quiebre” de la historia?

Por lo dicho hasta el momento, las intenciones de Spencer Johnson son loables –no sólo para su bolsillo con la venta de su best-seller- sino con el pobre y miserable lector, quién ahora finalmente puede asumir su vida con optimismo porque va en busca de una luz (su nuevo queso). Y esta intención del manual de auto-ayuda no la critico, es más, la aplaudo en cuanto que seguramente muchas personas gracias a la lectura de éste y muchos otros libros más por el corte habrán seguramente podido salir de letargos y estados de petrificación en los que se encontraban.

¡No! Ahí no hay quiebre ninguno. El quiebre radica en que el cambio –es decir, el queso que se acabó- simplemente se dio “porque sí”, así no más, sin ton ni son y sin invitar a la reflexión del porqué se produjo. Simplemente es un supuesto –dogma de fe, como ya lo había anotado- sobre el cual, lógicamente, se puede construir esta linda historia y a partir del cual nadie puede poner en duda sus 14 reglas de oro. Es apenas obvio que si, por ejemplo, un terremoto destruye la casa en la que uno vive, uno no se puede echar a llorar y pensar lo bonita que era, sino que debe afrontar el cambio y cambiar. Así de simple. Es apenas obvio que si la empresa en la que uno está trabajando va en vías absolutas de quebrar y uno es un raso trabajador sin voz ni voto, uno no puede esperar milagros, sino tiene que afrontar la situación y salir a buscar empleo antes de que lo echen a la calle. Y por ese estilo se podrían citar muchísimos ejemplos más en los que nadie dudaría de los sabios consejos dados por Spencer Johnson.

El quiebre radica, entonces, en que las razones del porqué del cambio o “desaparición mágica” del queso no se mencionan ni analizan –hecho del cual, como ya se había señalado, el autor no le presta mayor cuidado en su historia. Es más, el tratar de analizar el porqué de este hecho, casi lo sataniza en la figura de Kif. Preguntas como ¿quién tiene la facultad de poner el queso? ¿quién la de moverlo, quitarlo o cambiarle de sabor? permanecen inconclusas y además, para fines de este manual de auto-ayuda, no son relevantes sino, por el contrario, entorpecedoras. Al lector le queda la clara lección de que debe adaptarse a cualquier cambio con acción pero también con resignación... Son los designios del Señor, dirían algunos por ahí...

Si bien estamos de acuerdo que es importante reaccionar ante cambios que se dan por vía natural o porque son necesarios, es claro que dejarse guiar exclusivamente por el cambio y cambiar por ende con él sin reflexión es absolutamente perverso...

A mi juicio, una invitación pasiva a no enfrentar las causas, sino simplemente a “detectar y aceptar” los cambios y adaptarse a ellos es, por decir lo menos, una gran irresponsabilidad: ¿Qué pasa si los cambios son errados? ¿Qué pasa si el queso alguien simplemente “se lo robó” o le está acomodando el sabor o lugar a su antojo? ¿Qué se espera entonces de nosotros: acaso que simplemente nos pongamos los tenis y salgamos a correr al laberinto a ver si encontramos una mejor quesera?

Si ese fuera el precepto, me atrevo a afirmar que la humanidad ya se habría extinguido o estaría peor de cómo está actualmente. No me puedo imaginar a millones de personas reaccionando ante el “cambio de queso” dado por Adolfo Hitler simplemente pensando “¡Huy, caramba! ¡Nos movieron el queso! Salgamos a correr antes de que nos toque a nosotros y dejemos que él haga con el queso que teníamos lo que se le venga en gana. Tampoco me lo puedo imaginar con la “movida del queso” de otros nefastos personajes de la historia: Mussolini, Franco, Bin Laden, los paramilitares o la guerrilla, para mencionar simplemente algunos por el mismo corte. Creo que la historia nos podría dar muchos ejemplos en ese sentido, algunos seguramente no tan drásticos como los citados. Y seguramente en nuestras vidas personales también podremos encontrar ejemplos más cercanos en los que nos vimos obligados a buscar el origen del cambio o desaparición del queso y tomar, como se diría popularmente, “al toro por los cachos”.


[1] Fragmento del libro “Yo me he llevado tu queso”, pp. 68-69,Ediciones B,S.A., Barcelona (España): 2003
[2] En “la historia que hay detrás del cuento”, San Diego, 1998